lunes, 4 de septiembre de 2017

"La gran esperanza blanca" y sus distorsiones históricas



            La reciente pelea entre Mayweather y McGrgeggor propició que varios comentaristas mencionaran que se trató de un episodio más en la búsqueda de la gran esperanza blanca. En el mundo del boxeo, dominan los negros. Pero, entre el público blanco norteamericano, desde hace más de un siglo ha habido la añoranza de aquellos años cuando los campeones eran los blancos. Y así, se ha cultivado el deseo de que surja un contendiente que destrone al campeón negro, y reestablezca la superioridad racial blanca. Hasta ahora, no ha aparecido ese contendiente, pero se sigue manteniendo la gran esperanza blanca. McGreggor fue la versión más reciente de esa esperanza, pero como sus antecesores, fracasó.
            Todo esto se remonta al boxeador James Jeffries. Él fue la primera gran esperanza blanca, en sus aspiraciones de destronar al negro Jack Johnson, en 1910. Respecto a este episodio, se hizo una película en 1970, dirigida por Martin Ritt y protagonizada por James Earl Jones, La gran esperanza blanca.

            La película es una adaptación de una obra teatral escrita por Howard Sackler. Narra la historia de Jack Jefferson, un boxeador negro que vence a un rival blanco en una pelea que genera mucha expectativa, a principios del siglo XX. Con eso, se gana el desprecio de la población blanca y la admiración de la población negra. Jefferson tiene un gusto por las mujeres blancas (en una época en la cual, en varias regiones de EE.UU., estaba prohibido que los negros se casaran con blancas). Eso hace que los blancos lo odien aún más.
            Las autoridades blancas deciden crucificarlo. En EE.UU., había por aquel entonces una ley que impedía a un hombre transportar a una mujer de un Estado a otro, si su propósito era prostituirla. En la película, Jefferson viaja con su amante blanca de un Estado a otro, y a pesar de que resulta muy obvio que son amantes, las autoridades aprovechan la ocasión para culpar a Jefferson de prostituir a su amante. Jefferson decide huir a Europa, pero los norteamericanos hacen presión para que ningún empresario europeo del boxeo le ofrezca una oportunidad.
Eventualmente, los promotores norteamericanos hacen una propuesta a Jefferson: pelear en La Habana contra un blanco y dejarse vencer, a cambio de una exoneración de su delito. Jefferson se niega una y otra vez a acceder a la propuesta, a pesar de que su mujer insistentemente le pide que la acepte. Al final, Jefferson y su mujer terminan en México, en condiciones muy precarias. Ante la desesperación de la pobreza, su mujer se suicida. Viendo ya que ha caído tan bajo, Jefferson accede a la propuesta original, va a La Habana, y se deja vencer.
Sospecho que La gran esperanza blanca es una buena obra teatral, pero su transición al cine no es tan buena. Los diálogos son muy teatrales, ciertamente muy distantes de lo que uno esperaría respecto al mundo del boxeo. La actuación de James Earl Jones es destacada, pero de nuevo, parece más teatral que cinematográfica. Y, las coreografías boxísticas son de las peores que he visto en el género de películas sobre boxeo. James Earl Jones seguramente fue muy hábil en interpretar soliloquios shakespearianos, pero no tenía ni idea de cómo saltar una cuerda o golpear un saco.
En fin, más allá de sus fallas y su carácter acartonado, la película tiene el mérito de presentar la crudeza del racismo en EE.UU. Pero, a la vez, el ver esta película también debería servir como ocasión para hacer matices. Nadie podría dudar del enorme maltrato que han recibido los negros norteamericanos a lo largo de cuatro siglos. Pero, es hora de caer en cuenta que, en la comunidad negra de EE.UU., hay también pillos que aprovechan la ocasión para jugar al victimismo, cargar las tintas, y sacar provecho, o al menos, percibir las cosas erróneamente.
El propio Johnson (el personaje real que inspira a Jefferson en La gran esperanza blanca) distorsionó las cosas. Mucho de lo que se cuenta en la película, es histórico. Johnson fue odiado por vencer a un blanco y tener romances con una blanca, y fue injustamente acusado de tráfico sexual. Pero, no es histórico que él se dejó vencer en su pelea en La Habana. En aquella ocasión, Johnson peleó contra Jess Willard, en 1915. Johnson empezó ganando la pelea, pero a medio camino, quedó agotado, y Willard lo noqueó. En vez de aceptar su derrota, años después Johnson empezó a alegar que a él lo obligaron a perder, tal como se narra en La gran esperanza blanca. Ningún historiador del boxeo (sea blanco o negro) acepta esta versión de los hechos. Johnson fue sin duda una víctima del racismo, pero también se encargó de exagerar y cargar las tintas.
Lamentablemente, este tipo de cosas es común en la comunidad negra de EE.UU. Muchos líderes negros empiezan denunciando cosas razonables, pero fácilmente, hacen el salto y empiezan a alegar cosas sin fundamento. Por ejemplo, es indiscutiblemente cierto que, durante cuarenta años, hubo una serie de experimentos (los infames experimentos de Tuskegee), en los cuales se estudió a pacientes negros con sífilis, sin ofrecerles ayuda médica. La mayoría de los negros norteamericanos cree que a esos pacientes deliberadamente se les inoculó la sífilis, cuando en realidad, esos pacientes ya la tenían. Y, algunos líderes negros (como el infame Jeremiah Wright, el pastor personal de Barack Obama) luego saltaron a decir que, no sólo se inoculó la sífilis, sino que el origen del SIDA fue un intento de los blancos para matar a todos los negros del planeta.
Si ya los negros han sufrido muchísimo, ¿qué necesidad hay de inventar maltratos inexistentes? Para hacer justicia, no es necesario mentir. De hecho, las mentiras deslegitiman muchos de sus reclamos. La comunidad negra en EE.UU. debería preocuparse más por estar en sintonía con los hechos históricos. Sólo la verdad hace a la gente libre.


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