sábado, 4 de marzo de 2017

La conspiranoia en torno a Cecil Rhodes

Lo más cercano actualmente a un gobierno mundial es la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Y, efectivamente, los conspiranoicos ven a esta institución como un instrumento de quienes intentan forjar el Nuevo Orden Mundial. Pero, a decir verdad, la ONU es un organismo notoriamente débil. En la ONU hay mucha retórica, pero poca acción. Se emiten resoluciones que la mayoría de las veces no se cumplen, y es muy difícil que la unanimidad de sus miembros llegue a acuerdos concretos. Por ahora, como bien suelen recordar los analistas políticos, el escenario internacional es más afín a una anarquía que a un gobierno mundial.
            Antes de la ONU (y de su antecesora la Liga de Naciones), lo más cercano a un gobierno mundial no era propiamente una organización que buscaba acercar a las naciones mediante la cooperación, sino un imperio que, por vía de la fuerza, se expandía y dominaba a sus súbditos. En la historia de la humanidad ha habido muchos imperios, pero el que más extensión ha tenido ha sido el británico. Y, como cabría esperar, muchos conspiranoicos ven en el imperio británico el origen de los intentos por establecer el Nuevo Orden Mundial.

             Uno de los más influyentes artífices del imperialismo británico, fue Cecil Rhodes. Según él mismo contaba, cuando estudiaba en la universidad de Oxford, quedó impresionado con una conferencia dictada por John Ruskin, un famoso escritor británico. En esa conferencia, Ruskin decía que los británicos son una raza superior, y tienen la misión de civilizar al mundo, a través de su expansión imperial. Desde entonces, Rhodes se planteó cumplir esa meta. Se estableció en África (el actual país de Zimbabue en una época se llamó Rhodesia en su honor), hizo sendos negocios con diamantes, y alentó a la población británica a emigrar masivamente para poblar el continente africano. Su gran proyecto (que nunca se cumplió) fue establecer una línea ferroviaria desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo, uniendo ese inmenso territorio bajo el domino imperial británico.
            Como parte de la preparación para que Gran Bretaña terminara por dominar el mundo entero, Rhodes quiso organizar una sociedad para concretar esos planes. Rhodes murió en 1902 sin organizar nada, pero en 1909, un colaborador de Rhodes, Lord Milner, creó la Sociedad de la mesa redonda. Esa sociedad, evocadora del rey Arturo (emblemática figura en el folklore inglés), tenía el objetivo de acercar a las colonias británicas en una gran confederación (la actual Commonwealth tiene alguna base en ello). Tal sociedad nunca concretó gran cosa. Los conspiranoicos, no obstante, piensan que el verdadero objetivo de esa organización es mucho más afín a la intención original de Rhodes: que los británicos dominen el mundo entero. No hay mayor indicio de que esa Sociedad de la mesa redonda tenga alguna influencia significativa. No obstante, un historiador norteamericano de renombre, Carroll Quigley, llegó a decir en uno de sus libros que esa sociedad sí maneja algunos hilos de poder en EE.UU. Quigley luego se retractó y reconoció que hablaba sin fundamento, pero era ya demasiado tarde: los conspiranoicos aprovecharon el endoso que les daba un académico, y desde entonces, insisten en que la Sociedad de la mesa redonda conspira para que Gran Bretaña se apodere de EE.UU.
El hecho de que Rhodes fue en alguna época masón, le añade leña al fuego conspiranoico. Pero, en realidad, Rhodes se dejó de interesar en la masonería desde mucho antes de proponer las sociedades que, además, nunca se concretaron. Lo que sí concretó Rhodes, no obstante, fueron unas becas de estudio en la universidad del Oxford. Algunos personajes prominentes, como Bill Clinton, han sido beneficiarios de estas becas. Los conspiranoicos piensan que estas becas tienen el objetivo de formar ideológicamente a pupilos de forma tal que, cuando lleguen al poder, actúen a favor de los intereses británicos.
            Rhodes también tenía el proyecto de que, como parte de la expansión imperial, la corona británica recuperase a EE.UU. como posesión. Eso ha propiciado que muchos conspiranoicos norteamericanos se obsesionen con ese tema. En 1902, se creó la Pilgrims Society (Sociedad de los peregrinos), una organización para fomentar la amistad entre EE.UU. y Gran Bretaña. Previsiblemente, los conspiranoicos asumen que esta sociedad tiene intenciones mucho más oscuras: asegurarse de que EE.UU. caiga nuevamente en manos británicas, de una forma mucho más insidiosa, a través de un gobierno tras las sombras. La Pilgrims Society se acerca cada vez más a su objetivo, haciéndose con el control de los medios de comunicación en EE.UU.
            No hay evidencia de nada de esto. El único indicio que, muy remotamente, podría dar algún crédito a estas teorías conspiranoicas, es el llamado complot del negocio, que se denunció en EE.UU. en 1933. A medida que el fascismo ganaba terreno en Europa, en EE.UU. había preocupación de que los fascistas también llegasen al poder en ese país. Un prestigioso general norteamericano, Smedley Butler, denunció ante el Congreso que un grupo de empresarios se acercó a él, proponiéndole organizar un golpe de Estado contra el presidente Roosevelt, y conformar un gobierno de tendencia fascista.
Entre los que se la acercaron, dijo Butler, estaban representantes de la Pilgrims Society. El asunto quedó ahí. Hasta el día de hoy, no se ha podido corroborar si la denuncia de Butler realmente tenía asidero. Butler parecía un hombre íntegro, pero quizás al propio Butler lo engañaron haciéndole creer que se estaba preparando una conspiración, cuando en realidad, no era así. En fin, hubiera o no una conspiración, lo cierto es que nunca se concretó, y que la evidencia de que los británicos tienen un complot para recuperar a EE.UU., es virtualmente inexistente.

Los conspiranoicos norteamericanos insisten, no obstante, en que ese complot opera mucho más sutilmente. Según dicen, los presidentes norteamericanos están atados a la corona británica por lazos de sangre. Según una teoría conspiranoica formulada por Harold Brooks Baker, en las elecciones de EE.UU., siempre ganará el candidato que tenga un mayor número de ancestros en la realeza británica. Brooks creyó documentar este patrón en varias elecciones. Su metodología de estudio, demás está decir, era muy deficiente. Brooks hacía muchas conjeturas respecto a los ancestros de muchos de los candidatos. Y, en todo caso, aun si, en efecto, los presidentes elegidos han tenido un mayor número de ancestros nobles británicos que sus contendientes, ¿es eso prueba de un complot británico? El pedigrí de los presidentes sería apenas uno entre muchísimos otros factores (muchísimos más significativos) que determinan el resultado de una elección. En fin, Brooks predijo en 2004 que el candidato John Kerry vencería a George W. Bush, pues tiene más sangre real británica. La predicción de Brooks falló, y desde entonces, muy pocos conspiranoicos se toman en serio sus teorías.

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