jueves, 14 de julio de 2016

¡Feliz día de la Bastilla!, pero con sentido crítico

Ante el avance de la vorágine del relativismo cultural, la culpa del hombre blanco, y el continuo reproche a Occidente, no viene mal recordar la trascendencia de la revolución francesa. En el siglo XVIII, fuera de Occidente, nadie tenía ni la más remota intención de levantarse frente al despotismo, secularizar la sociedad, o enfrentarse a las monarquías absolutistas. Por ello, hoy 14 de julio, deseo a todos un feliz día de la toma de la Bastilla, y exhorto a sentir orgullo de nuestra civilización.
            Con todo, esta celebración siempre me ha parecido muy desdichada. En el mismo año de 1789, los revolucionarios proclamaron los derechos del hombre. Esa ocasión no se celebra como día de fiesta nacional. Lo que se celebra el 14 de julio, en cambio, es la mentalidad de hordas.

            La Bastilla era la prisión en la cual se encontraban los presos políticos, y era un símbolo de la tiranía del antiguo régimen. Visto en retrospectiva, podemos celebrar que el pueblo, asqueado del viejo orden feudal, destruyera aquella cárcel. Pero, estas cosas no suelen ocurrir limpiamente. El mismo 14 de julio de 1789, las hordas que destruyeron la Bastilla, arremetieron contra guardias y funcionarios, y colocaron sus cabezas en piquetes, en éxtasis de celebración. En total, entre enfrentamientos, aquel festín de violencia dejó más de noventa muertos.
            Aquello debió haber sido un presagio de lo que estaba por venir en los años siguientes, pero poca gente lo alcanzó a ver. Edmund Burke, el gran filósofo anglo-irlandés, sí lo vio con mucha claridad. Él también detestaba el viejo régimen de las monarquías absolutistas, y propuso reformas. Cuando los colonos norteamericanos se rebelaron contra el imperialismo británico en la revolución de 1776, él los apoyó.
Pero, Burke comprendió que no todas las revoluciones son harinas del mismo costal. La revolución francesa empezó con mal pie, y Burke advirtió que las cosas se pondrían aún peor. Se estaba yendo con demasiada prisa, y eso propiciaba que, con el afán de cambiar las cosas repentinamente, no hubiera control de ningún tipo. Al final, las masas serían encargadas de gobernar. Esto podría parecer un paraíso de democracia participativa, pero en realidad, cuando las masas tienen poder ilimitado, hay mucho peligro. En efecto, tal como profetizó Burke, aquello desembocó en el caos del reinado de terror de Robespierre, cuando las muchedumbres decidían si se mataba o no a alguien.
            Francia lleva ya más de doscientos años en estas celebraciones de un evento fundacional que trajo consigo momentos terribles. Pero, nunca es tarde para rectificar, y entender que los arrebatos irracionales de las masas, aun si es en contra de tiranías, no suelen llevar a cosas buenas.

Los propios franceses ahora se empiezan a lamentar de que su vecina, la Gran Bretaña, los haya abandonado en el proyecto de unión continental. Pero, el Brexit fue precisamente un ejemplo de democracia participativa demasiado cercana a la mentalidad de hordas; una ocasión en la que se permitió a las masas decidir irracionalmente. Francia podría celebrar muchas cosas positivas de su revolución, pero al enaltecer una ocasión en la que hubo cabezas en piquetes, se termina dando aval a aquellos que creen erróneamente que la voz del pueblo es la voz de Dios a toda costa.

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