martes, 27 de octubre de 2015

La gran ordalía católica

            Históricamente el catolicismo ha tenido una relación muy compleja con las ordalías, o los llamados “juicios de Dios”. La Edad Media, dominada por el clero, fue la época dorada de las ordalías. Para resolver disputas o conseguir respuestas sobre la culpabilidad de alguien, se acudían a métodos barbáricos: duelos, arrojar a alguien a un río (dependiendo de si flotaba o no, era culpable), meter las manos del acusado en el fuego (si no se quemaba, era inocente), etc.
            Estas costumbres fueron más propias de los pueblos paganos de Europa. La Iglesia toleró estas prácticas, pero trató, hasta donde pudo, de desestimularlas. Varios Papas eventualmente emitieron prohibiciones de las ordalías. Debemos en parte a la Iglesia Católica, la superación de esta forma tan ingenua y brutal de pensamiento.

            Pero, en el catolicismo contemporáneo, queda aún una gran ordalía, y ésta tiene que ver con la infalibilidad papal. El dogma de la infalibilidad papal postula que, cuando el Papa pronuncia una enseñanza ex cathedra, es infalible. Eso no quiere decir que el Papa es infalible en todos los aspectos de su vida. Esta doctrina no hace al Papa un ser divino. Postula, solamente, que cuando el pontífice enseña una doctrina sobre fe o moral, ex cathedra (desde su silla), los católicos no tienen posibilidad de cuestionarla.
            Desde que ese dogma se promulgó en el I Concilio Vaticano en 1870, se ha apelado a la infalibilidad (es decir, se ha hecho pronunciamientos ex cathedra) sólo una vez: en 1950, Pío XII promulgó el dogma de la asunción de María. En ese sentido, debe admitirse que los Papas han sido muy prudentes con ese recurso que tienen, y salvo ese caso que he mencionado, cuando han promulgado doctrinas, no lo hacen ex cathedra, y por ende, no se consideran enseñanzas infalibles.
            Pero, semejante poder sí deja la puerta abierta para que un Papa hipotético, ex cathedra, imponga doctrinas a su antojo, y los católicos estén en la obligación de aceptarlas como infalibles. Si a un Papa se le ocurre enseñar, ex cathedra, que no hay tres, sino cuatro divinas personas; o que la pedofilia no es pecado; o que el dios babilónico Dagón puede ser un intercesor ante Dios; en rigor, no hay forma de detenerlo, y los católicos del mundo tendrían que obedecer. Los cardenales podrán tratar de hacerle ver al Papa que esas enseñanzas no tienen base en las escrituras o la tradición, o incluso, podrán intentar boicotear al Papa, pero el pontífice no necesita de ellos para imponer doctrina infalible ex cathedra (y, en todo caso, ese hipotético Papa puede decir lo mismo que dijo Pío IX: “Yo soy la tradición”. Los cardenales podrán intentar declarar mentalmente enfermo al Papa, pero no hay procedimiento canónico estipulado. El Papa, en tanto monarca absoluto, tiene el camino allanado para enseñar lo que quiera.
            Entonces, ¿son los católicos vulnerables a que un Papa inescrupuloso haga y deshaga a su antojo? Los católicos creen que, en realidad, ellos no son tan vulnerables, e invocan una protección en la cual confían: el Espíritu Santo. Los católicos creen que el Espíritu Santo guía la decisión del cónclave (es por ello que los sedevacantistas, quienes creen que Pío XII fue el último Papa legítimo, son incoherentes, pues si ellos de verdad creyesen que el Espíritu Santo guía la decisión del cónclave, no opinarían que actualmente la sede del Vaticano está vacía). Según la creencia cristiana, si el Papa se dispone a enseñar alguna herejía, el Espíritu Santo interviene e impide que así ocurra. Esa intervención podría ser la muerte del propio pontífice.
            Esto es, básicamente, una ordalía. Opera algo acá similar al mecanismo mental que induce a pensar que el sospechoso que ha metido las manos en el fuego, y sale ileso, en realidad no es un ladrón. ¿Cómo saber si un Papa es hereje? Si está vivo y sobrevive, aquello que él enseña ex cathedra es infalible, por más herético o absurdo que parezca. Si muere, no es necesariamente señal de que se disponía a promulgar falsedades. Pero, en algunos sectores católicos, hay un gusto por especular que la muerte prematura de un Papa puede ser señal del “veto divino”. Juan Pablo I, presumen estos sectores, quizás se disponía a enseñar herejías, y puesto que no hay mecanismos terrenales para ponerle freno, el Espíritu Santo intervino y puso fin prematuro a su vida.

            Así pues, si bien la Iglesia Católica ha emprendido muchas reformas, y debemos al catolicismo muchos aspectos de la civilización moderna, sigue habiendo en esa religión un prominente componente de aquello que Piaget llamó la “mentalidad preoperacional”, y se manifiesta en la aceptación de la gran ordalía. Lo mismo que los niños, los católicos siguen creyendo en la justicia inmanente, de forma tal que si un Papa se dispone a enseñar cosas falsas, muchos católicos esperarían que un rayo parta al pontífice.

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