jueves, 22 de octubre de 2015

¿Existió el indio Juan Diego?

            El “monumental” Ricardo Aguirre compuso en 1969 una famosísima gaita, Decreto papal. La canción es una protesta en contra del decreto emitido por Pablo VI mediante el cual, Santa Bárbara quedaba excluida del santoral. Aguirre se quejaba así: “¿Cómo es posible que el Papa/le quite la santidad/ a quienes la sociedad/ con tanta fe ha venerado/ y sin patrona ha dejado/ a parroquias de la ciudad?”. Nosotros los escépticos, en cambio, debemos felicitar a Pablo VI por su espíritu crítico. Pues, el Papa reconocía que el personaje de Santa Bárbara es bastante legendario.
            Pero, lo que la Iglesia hace con las manos, lo desbarata con los pies. En el 2002, Juan Pablo II decidió canonizar al indio Juan Diego, otro personaje cuya existencia es más que dudosa. Juan Pablo II politizó intensamente las canonizaciones, y Juan Diego no fue excepción. En un momento en el cual se calculó que el futuro del catolicismo podría estar en América Latina, se empezaron a canonizar latinoamericanos. Y, al hacerlo, se exaltaba a la Virgen de Guadalupe, un símbolo poderosísimo, no sólo del nacionalismo mexicano, sino de toda la América Latina.

            Lamentablemente, la historia de Juan Diego y la Virgen de Guadalupe está llena de agujeros. Según la piedad católica convencional, en 1531, el indio Juan Diego estaba caminando en el monte Tepeyac (en el actual D.F.), y se le apareció la virgen María. Juan Diego fue a contarle lo sucedido al obispo, Juan de Zumárraga, pero éste no le creyó. La virgen se le volvió a aparecer, y milagrosamente le dio unas flores (el milagro radica en que era invierno), para que las llevara como prueba al obispo. Así lo hizo Juan Diego. Cuando, ante el obispo, abrió el manto que cubría las flores, milagrosamente apareció la estampa de la Virgen de Guadalupe.
            La primera vez que se escribió esta historia fue en lengua náhuatl por un cronista europeo, veinticinco años después del supuesto hecho, cuando ya Juan Diego (si acaso existió) y Zumárraga, habían muerto. Naturalmente, hay muchísimas dudas sobre la autenticidad de la historia. El obispo Zumárraga era un hombre muy dado a las letras, y dejó una voluminosa obra, pero jamás mencionó la historia de Juan Diego o el milagro del manto con las flores.
            La historia pareciera más bien un invento deliberadamente calculado para facilitar la evangelización de los aztecas. Hernán Cortés era devoto de la Virgen de Guadalupe en Extremadura, y llevó a México imágenes de esa virgen. Un misionero de origen belga, Fray Pedro de Gante, organizó una escuela de pintura con estudiantes indios, y uno de los estudiantes más talentosos, era un hombre de nombre Marcos. El obispo sucesor de Zumárraga, Alonso de Montúfar, quería evangelizar usando imágenes de la virgen con rasgos morenos, y comisionó a Marcos pintar una imagen de una virgen morena, en posición de rezo. Podemos sospechar que ese Marcos fue quien pintó la imagen que hoy es venerada por millones de personas.
            Como han solido hacer los evangelizadores, Montúfar quería adaptar el mensaje cristiano a la cultura local, y así, fue relativamente laxo en permitir el sincretismo de la Virgen de Guadalupe con la diosa azteca Tonantzin, cuyo lugar de culto era precisamente el monte Tepeyac. No todos los misioneros estaban contentos con este sincretismo. Los franciscanos, con el célebre Bernardino de Sahagún a la cabeza, opinaban que la veneración a la Virgen de Guadalupe era una forma de paganismo. Y, fueron los mismos franciscanos quienes reportaron que no había nada de milagroso en el manto de la Virgen de Guadalupe, sino que había sido pintado por el indio Marcos. En ninguno de esos documentos hay mención de Juan Diego, señal de que la leyenda que incorpora al personaje es posterior.
            Como supuesta prueba de autenticidad de la historia y de la existencia real de Juan Diego, se ha querido señalar supuestas características sobrenaturales en los ojos de la Virgen en la imagen. Aparentemente, en los ojos, aparecen reflejadas pequeñas figuras humanas que, dicen los devotos, son Juan Diego y el obispo. Esto, lamentablemente, es otro caso más de las pareidolias: la inclinación que tiene la mente humana a encontrar rostros en estímulos sensoriales ambiguos. Es el mismo mecanismo mental que hace que, de vez en cuando, se vea a Hitler en el pan tostado o a Osama Bin Laden en las nubes.

            En México, hay sacerdotes católicos que, muy responsablemente, han investigado rigurosamente la historia de Juan Diego, y han llegado a la conclusión de que todo es una leyenda sin ninguna base histórica. Pero, al Vaticano no le interesa la verdad. Les interesa más bien arrastrar masas, y para ello, se valdrán de cualquier cosa. Pues, si el cura Hidalgo logró movilizar a los mexicanos a favor de la independencia con esa imagen, ¿cuánto provecho sacó la Iglesia en América Latina, canonizando a Juan Diego?         

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