jueves, 8 de octubre de 2015

¿Debe Occidente seguir apoyando a los saudíes?

            Las potencias occidentales tienen una tremenda hipocresía en el Medio Oriente. Por una parte, se rasga las vestiduras ante los atropellos del Estado Islámico e Irán. Pero, por la otra, tiene un idilio con Arabia Saudita, y en menor medida, otros países de la Península Arábiga. Todos esos países están gobernados por fanáticos religiosos, violadores de los derechos humanos. ¿Por qué, entonces, Occidente apoya a unos, pero es hostil con otros? La respuesta parece muy obvia: el petróleo. A EE.UU. y sus secuaces no le interesa en realidad ni la democracia ni los derechos humanos. Si logra entenderse comercialmente con un régimen teocrático y consigue asegurar provisión de petróleo con esos gobernantes, estará dispuesto a tolerarlo, e incluso, apoyar a los fanáticos.

            Hay mucho de verdad en esto. Pero, se debe matizar. En parte gracias al fracking y al auge de energías alternativas, EE.UU. cada vez depende menos de Arabia Saudita para conseguir petróleo. Con todo, en vez de distanciarse de Arabia Saudita, cada vez la apoya más. El petróleo no tiene ya tanto que ver. ¿Cómo explicar esto?
            La respuesta pareciera radicar en el hecho de que EE.UU. y las otras potencias occidentales han calculado que, en una región tan convulsa como el Medio Oriente, Arabia Saudita es el mal menor. Los saudíes ofrecen un mínimo estabilidad, y al menos con ellos, Occidente puede entenderse. Es preferible tener a los tiranos predecibles y controlables de la casa de Saud, que a los bestias del Estado Islámico. Se cumple aquello que dijo alguna vez Roosevelt sobre Somoza: “Tal vez sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. La familia real saudí son unos fanáticos, pero son nuestros fanáticos.
            La frase de Roosevelt sirve para ilustrar la hipocresía norteamericana que rigió su política exterior durante el siglo XX. Los Somoza fueron dictadores implacables, y quienes se les oponían (muchos grupos, pero los sandinistas destacaban) eran grupos oprimidos que legítimamente luchaban por su liberación. A EE.UU. y sus aliados no les importó tumbar gobiernos democráticos e instalar dictadores, como ocurrió en Indonesia, Chile, Irán, Guatemala, etc.
            En ese sentido, el apoyo de Occidente a la casa real saudí pareciera ser más de lo mismo. Pero, no es exactamente así. En Indonesia, Chile, Irán y Guatemala, se apoyaron gobiernos dictatoriales que suprimieron movimientos de liberación. En Arabia Saudita, no hay tal cosa. Occidente apoya un gobierno violador de derechos humanos, para hacerle frente a grupos que son aún peores. Los sandinistas pudieron cometer crímenes en Nicaragua, pero ni por asomo son un grupo tan atroz como el Estado Islámico. Eso permite criticar el apoyo norteamericano a los Somoza, pero a la vez, exige moderar las críticas cuando EE.UU. apoya a la familia real saudí.
            Con todo, amerita preguntarse si Arabia Saudita es en realidad el mal menor frente a grupos como el Estado Islámico. Pues bien, a pesar de todas las barbaridades cometidas por el régimen saudí, debe aún admitirse que sí son el mal menor frente al Estado Islámico. Sí, en Arabia Saudita hay ejecuciones públicas sin juicio, discriminación brutal a las mujeres y minorías religiosas, etc., pero al menos, hay una pequeña apertura a Occidente que permite la posibilidad de cambios modernizante en el largo plazo; al menos Arabia Saudita está inscrita en el concierto internacional (las Naciones Unidas, etc.), y algún mínimo control se puede ejercer sobre ese país. Con el Estado Islámico, nada de eso es posible. El Estado Islámico se autoproclama un califato, no reconoce ninguna frontera del concierto internacional, y no hay ninguna posibilidad de acercamiento con ellos.
            Aún así, amerita también preguntarse: ¿no son acaso Qatar, Arabia Saudita y otros países de la Península Arábiga, los principales financistas del propio Estado Islámico? ¿No es incoherente para Occidente brindar apoyo a los países que están financiando a aquella organización que precisamente consideran el mal mayor? A esto, debe responderse lo siguiente: si bien Arabia Saudita y los otros países de la península, ofrecen apoyo al Estado Islámico, este apoyo procede de grupos particulares, y no propiamente de los gobiernos. El apoyo a los gobiernos más bien sirve para contener a esos grupos particulares de financistas.

            Por supuesto, seleccionar el mal menor no debe conducir al fatalismo de dejar las cosas como están. Así como en Siria, Assad es el mal menor, pero debe incentivarse alguna alternativa para salir también de ese brutal dictador; en Arabia Saudita, es necesario buscar la modificación del status quo sin que eso se materialice en la llegada al poder de grupos como el Estado Islámico. En Siria hay al menos el Ejército Libre Sirio (aunque, cabe admitir, es casi ya inexistente). En Arabia Saudita, no hay ninguna fuerza liberal que, por ahora, puede suplir a la familia real saudí: la alternativa es aún mayor fanatismo. Por ello, Occidente, me parece, tiene justificación en, por el momento, seguir eligiendo el mal menor. Pero, por supuesto, debe estar a la espera de que, dentro de Arabia, surjan movimientos liberales, y cuando éstos ya cuenten con la suficiente fuera, Occidente entonces sí debe plantearse un cambio de estrategia.

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