martes, 15 de septiembre de 2015

El mito del Bolívar indigenista

            El pasado 8 de septiembre se celebraron 486 años de la fundación de Maracaibo. Vi a un historiador (presumo que es un chavista) salir en la televisión, diciendo que no había nada que celebrar. Y, para ello, usó la retórica de siempre: Alfonso Alfínger fue un asesino, los españoles llegaron a saquear (en este caso al pueblo indígena añú, habitantes de las riberas del lago de Maracaibo), y no deberíamos estar celebrando ningún genocidio.
            No le falta razón, pero por supuesto, el mundo está repleto de ciudades que fueron fundadas con asesinatos (Rómulo mató a su hermano Remo para fundar la ciudad eterna), y si hemos de oponernos a la celebración de la fundación de Maracaibo por sus orígenes violentos, debemos hacerlo también con muchas otras ciudades. Pero, insisto, es razonable la queja del historiador.

            Ahora bien, quedé sorprendido de que ese mismo historiador dijera que, en vez de celebrar la fundación de Maracaibo, el 6 de septiembre debimos celebrar por todo lo alto los doscientos años de la redacción de la Carta de Jamaica, de Bolívar. Pues, según comentaba el historiador, esa carta es un documento fundacional del anticolonialismo. Y, allí donde Alfínger saqueaba a pueblos indígenas, en el documento de Bolívar hay mucho de reivindicación de los oprimidos indígenas; Bolívar habría sido un proto-indigenista.
            Todo esto, por supuesto, es una verdad a medias. La Carta de Jamaica expresa el malestar de los criollos frente al despotismo imperial español, pero no podríamos decir que es un documento fundacional del anticolonialismo. Más bien, es en buena medida un arrebato (con un tremendo tono de resentimiento) en contra de un imperio, el español. Pero, es también una exhortación a que los demás imperios (especialmente el británico) se involucren en la lucha de independencia en Venezuela y los otros países hispanoamericanos, de forma tal que es una invitación indirecta para que las otras potencias europeas expandan su poderío económico e influencia en toda nuestra región.
            Bolívar incluso expresa el deseo de que EE.UU. intervenga militarmente, lamentándose de que aún no lo han hecho: “No sólo los europeos, pero hasta nuestros hermanos del Norte, se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos antiguos y modernos”. Las deplorables intervenciones militares de los gringos en los asuntos internos de su ‘patio trasero’ empezaron a ocurrir décadas después, tras el establecimiento de la doctrina Monroe. Pero, hasta cierto punto podemos pensar en Bolívar como un precursor de la apertura de las élites criollas a las guerras del Tío Sam en nuestra región. No hay en Bolívar ningún grito de “Yankee, go home!”; más bien se habría deleitado con un Rambo que le patease el trasero a la deplorada España en las selvas sudamericanas (al modo en que Rambo pelea junto a los muyajadines afganos para expulsar a los soviéticos).
            Es también una verdad a medias que Bolívar haya sido un precursor del indigenismo. A nivel retórico, sí, ciertamente Bolívar se valió extensamente de la imagen del indio oprimido para justificar su gesta independentista. En su invento nacionalista especialmente delineado en la Carta de Jamaica, Bolívar quiso hacer creer que la guerra de independencia era algo así como una venganza por los crímenes de los conquistadores, aunque, por supuesto, el Libertador jamás señaló lo obvio: que él y sus generales eran descendientes de los conquistadores opresores, y no de los indios oprimidos. Washington, por ejemplo, nunca justificó la revolución de 1776 como una venganza en contra del tratamiento que los ingleses dieron a los indios; Bolívar fue más hábil, y sí supo rendir pleitesía a la causa indigenista para aglutinar más ejércitos de población parda e india.
            Pero, hasta ahí. Bolívar no se propuso mucho más en la causa indigenista. En principio, yo veo esto de forma bastante positiva. Los indigenistas de hoy, impregnados de relativismo cultural, quieren hacernos creer que los pueblos indígenas no están en un nivel menor de civilización, que debemos respetar sus culturas a toda costa, etc. Bolívar no se comió ese cuento. Bolívar estaba impregnado de las glorias de la civilización occidental, y sabía muy bien que Occidente es superior a las otras culturas en muchos aspectos. Hoy los indigenistas resisten los intentos por occidentalizar a los nativos y exhortan a que se preservan las costumbres indígenas cueste lo que cueste, pero Bolívar afortunadamente simpatizaba con el proyecto civilizatorio, tal como él mismo lo describe en la Carta de Jamaica: “La Nueva Granada se unirá con Venezuela… los salvajes [wayúu] que la habitan serían civilizados”.
            No obstante, Bolívar llevó más lejos esto, a un extremo con el cual yo no puedo simpatizar. Una cosa es postular que Occidente es una civilización superior y que no es una catástrofe que los pueblos indígenas se occidentalicen, y otra muy distinta es emitir juicios generalizados degradantes que rayan en el racismo, como lo hizo Bolívar. Mientras que en sus discursos y cartas a personajes no muy íntimos (como a Henry Cullen, el receptor de la Carta de Jamaica), Bolívar rendía pleitesía retórica a los indígenas; en cartas enviadas a amigos más íntimos, como Santander, decía cosas como éstas: “los indios son todos truchimanes, todos ladrones, todos embusteros, todos falsos, sin ningún principio moral que los guíe”.

            En la práctica, Bolívar extendió la opresión de los indios, y no es ninguna exageración decir que los indios fueron mejor tratados por el régimen colonial español que por los independentistas criollos. Perú es un país que siente bastante resentimiento en contra de Bolívar, y con justa razón. San Martín había implantado varias reformas en ese país: liberación del tributo indígena, y abolición de la esclavitud. San Martín y Bolívar tuvieron una célebre reunión para concretar los esfuerzos militares en la liberación de Perú, pero no lograron nada, presumiblemente por la arrogancia de Bolívar. San Martín se retiró, y a Bolívar le tocó la gloria de liberar Perú. Pero, una vez que definitivamente derrotó a los españoles, tuvo la intención de reestablecer la esclavitud y los tributos adicionales de los indios. Bolívar había promovido la abolición de la esclavitud en 1819 en el Congreso de Angostura, porque ésta era una condición que el presidente haitiano Pieton le había exigido, a cambio de su apoyo militar. Pero, cuando ya Bolívar no necesitaba de los abolicionistas, parece que se dejó llevar por sus verdaderas convicciones esclavistas. O, quizás Bolívar tenía el muy razonable temor de que la liberación inmediata de los esclavos desembocaría en lo que él llamó una 'pardocracia', y la sangrienta historia de Haití (en la cual no quedaron blancos vivos tras la revuelta de esclavos) se repitiera. El hecho cierto, no obstante, es que el Bolívar indigenista es un personaje mitológico.

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