sábado, 29 de agosto de 2015

Las creencias infantiles de los wayúu

            Los wayúu de Venezuela y Colombia, una etnia con la cual convivo a diario, son conocidos en el mundo de la antropología, debido a la prominencia que los sueños tienen en su cultura. El antropólogo que ha estudiado este asunto más de cerca, Michel Perrin, documenta extensamente la gran relevancia que los wayúu dan a sus sueños. Sirven como medio de comunicación con los espíritus, como premoniciones que informan sobre eventos futuros, como advertencia sobre posibles enemigos.
            Esto puede incluso generar mucha paranoia entre los wayúu. Una persona puede ser muy amigable en la vida real, pero si esa persona aparece en un sueño como alguien hostil, hay alta probabilidad de que los lazos de amistad con esa persona se rompan. Incluso, he sabido de casos en los que una persona wayúu puede acusar de fechorías a otra, por el mero hecho de que ha aparecido en los sueños haciendo cosas malas.

            La ciencia, por supuesto, no acepta nada de esto. Los científicos no tienen aún enteramente claro cómo y por qué soñamos, pero al menos sí están seguros de que los sueños no son ni premoniciones ni comunicaciones con los espíritus. Freud formuló la hipótesis según la cual los sueños son manifestaciones de nuestro inconsciente reprimido, pero tampoco la ciencia ve esta hipótesis favorablemente. Lo más probable es que los sueños procedan sencillamente de descargas eléctricas en nuestro cerebro, durante la fase del movimiento rápido de los ojos mientras dormimos; así, los sueños no tienen mucho significado.
Occidente por mucho tiempo tuvo también creencias parecidas a la de los wayúu, y entre alguna gente del mundo moderno, persisten hasta el día de hoy. En la Biblia varios personajes se comunican con Dios a través de sueños, alguna gente asume que soñar con números pueden ser premoniciones para jugar la lotería, etc. Pero, afortunadamente, la racionalidad en nuestra civilización ha crecido exponencialmente en los últimos tres siglos, y hoy, entre gente moderna, los sueños no son gran cosa. Es un avance del cual debemos estar orgullosos.
Lamentablemente, el relativismo cultural se ha impuesto como paradigma dominante entre antropólogos, y esto se ha extendido al resto del mundo académico, e incluso, en el ámbito político. Así, a la hora de describir creencias oníricas como la de los wayúu, los antropólogos son reticentes a describirlas como irracionales. Esas creencias son “distintas”, pero no son menos meritorias que las creencias occidentales modernas sobre los sueños. O, si no, también los relativistas suelen decir que esas creencias pueden resultarnos irracionales, pero que, en tanto son muy coherentes con el universo simbólico wayúu, tienen mucho sentido, y de esa manera, son perfectamente racionales. Michel Perrin, por ejemplo, si bien ha hecho una estimable labor de recolección de datos, continuamente incurre en este vicio de querer presentar como racional, creencias que son abiertamente irracionales.
Creer que los sueños se confunden con la realidad, no es ningún ejemplo de racionalidad. En la primera mitad del siglo XX, el antropólogo Lucien Levy-Bruhl había documentado estas creencias en muchos pueblos del mundo, y correctamente las atribuyó a una mentalidad carente de lógica, él la llamó “pre-lógica”. Levy-Bruhl no estaba dispuesto a asumir que la mentalidad pre-lógica es inferior a la lógica, pero es sensato admitir que sí lo es.
Jean Piaget también procuró estudiar la confusión de la realidad con los sueños, no en distintas culturas, sino en niños. Y, descubrió que, en efecto, una característica de la fase de desarrollo que él llamó “pre-operacional” (de 4 a 7 años de edad), es el entendimiento “realista conceptual” de los sueños; a saber, que los sueños se entremezclan con la realidad.
Piaget dejó muy claro que el pensamiento pre-operacional es menos avanzado y más irracional que el pensamiento de fases más maduras en el desarrollo cognitivo de un individuo. En función de esto, no tenemos ninguna dificultad en asumir que el pensamiento de los adultos es más racional, más maduro y más preferible que el de los niños. Pero, extrañamente, cuando se trata de otra cultura, como los wayúu, tenemos una enorme timidez a la hora de calificar a su pensamiento como más inmaduro y menos racional. O, en todo caso, si admitimos que es menos racional, no estamos dispuestos a decir que es una mentalidad inferior, sino sencillamente “distinta”.
Esto es lamentable. Debemos perder el temor de llamar a las cosas por su nombre. Creencias oníricas como la de los wayúu merecen el calificativo de “infantiles”, y deben ser tratadas como tal. No merecen ningún respeto especial, del mismo modo en que no merece respeto la creencia infantil de que el hada madrina protegerá al niño de malos sueños. Algunos antropólogos seguidores de Piaget (como C.R. Hallpike), han documentado cómo, en muchísimas culturas no occidentalizadas, las formas de pensamiento son bastante a afines al modo de pensar de los niños en las sociedades modernas. En las culturas primitivas persisten los rasgos típicos de la mentalidad “pre-operacional” que describió Piaget.
Si un objetivo de la educación es precisamente hacer madurar a los niños de forma tal que óptimamente superen la fase pre-operacional de su pensamiento, ¿por qué no hemos de hacer lo mismo con culturas como los wayúu? Mucha gente asume que tratar de educar a un wayúu haciéndole ver que los sueños no tienen ningún significado especial, es una forma de colonialismo. La educación intercultural, se nos dice, debe contemplar las particularidades culturales de cada pueblo, y en tanto la interpretación de los sueños es un aspecto tan central en la vida cultural de los wayúu, la educación no debe sabotear esta creencia tan importante.

Lamentablemente, estos promotores de la educación intercultural, no hacen más que perpetuar las creencias infantiles en pueblos primitivos. Por alguna misteriosa razón, en nuestros sistemas educativos estamos dispuestos a hacer madurar a los niños, pero no estamos tan dispuestos a hacer madurar a los pueblos primitivos. Sospecho que esa misteriosa razón es en realidad la culpa colonialista, que muchas veces es llevada a extremos lamentables como éste.

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