lunes, 4 de noviembre de 2013

La cámara de seguridad ha reemplazado a Dios



“Si Dios no existe, todo está permitido”. Esta frase, original de una novela de Dostoyevski, ha dado pie amucha discusión entre los ateos. Algunos ateos con inclinaciones nihilistas, como Jean Paul Sartre y Albert Camus, opinaban que, en efecto, sin Dios no hay moral, y es algo que debemos asumir. Pero, la mayoría de los ateos (y, especialmente los llamados ‘nuevos ateos’ de inicios del siglo XXI) disputa que, sin Dios, no es posible la moral.

A Christopher Hitchens, por ejemplo, en una ocasión le preguntaron si, frente a un grupo de desconocidos, él se sentiría más seguro sabiendo que esos desconocidos son religiosos. Hitchens, con su genial sarcasmo, dijo enfáticamente que, tras haber estado en Belfast, Beirut, Bombai, y Bagdad (por tan sólo mencionar ciudades que empiezan con la letra B), él se sentiría menos seguro al saber que esa gente es religiosa. Con esto, Hitchens daba a entender que la religión más bien conduce a cometer actos inmorales, y como corolario, que es perfectamente posible ser moral sin Dios.
Los ateos suelen privilegiar explicaciones naturalistas de la moral. Según esta explicación, no nos portamos bien porque haya un Dios vigilante que decretado la diferencia entre el bien y el mal. Somos morales, más bien, porque tenemos una predisposición en nuestros genes. En los albores de nuestra especie, la cooperación con los demás fue ventajosa, y hemos heredado esos genes que propician la conducta moral.
Contrario a Hitchens, yo sí me sentiría mucho más seguro sabiendo que, al encontrarme con un grupo de desconocidos, éstos son miembros de alguna cofradía religiosa. En balance, la religión ha sido efectiva en cultivar la conducta moral de la gente. Yo me inclino a favorecer las explicaciones naturalistas de la gente, pero al mismo tiempo, también me inclino por opinar que, sin Dios, todo está permitido.
La conducta moral, para ser operativa, necesita alguna forma de vigilancia. En su célebre conversación con Glaucón en La república a propósito de la historia del anillo de Giges, Sócrates opinaba que el bien debe hacerse por el bien mismo, y que la persona verdaderamente virtuosa logrará hacerlo. Yo simpatizo más con la postura de Glaucón: la gente es virtuosa en la medida en que es observada por los demás, pues hace el cálculo de que su conducta moral se convertirá en un beneficio. En el momento en que la gente se vuelva invisible (como en la historia del anillo de Giges), reinará la inmoralidad.
Nosotros somos primates sociales, y en ese sentido, siempre somos vulnerables a la vigilancia y el control de los demás. Eso frena nuestra inmoralidad. Pero, siempre es posible cometer algún pecadillo sin que nadie esté viendo. Eso explica, en gran medida, cómo apareció la idea de Dios. Para asegurar la conducta moral, tuvo que surgir un vigilante omnisciente. Frente a una entidad como ésa, la conducta moral quedó aún más firmemente instituida, pues ahora, nos sentiríamos vigilados en todo momento. En palabras del mismo Hitchens, Dios surgió como un gran “dictador norcoreano”, un Big Brother que constantemente nos está vigilando.
A través de nuestras facultades racionales, cada vez hemos descubierto más que, la idea de un Dios omnipotente y omnisciente es altísimamente improbable. Con todo, la muerte de Dios no ha supuesto un colapso del orden moral. Las sociedades más secularizadas del mundo suelen ser aquellas en las que menor crimen hay. A simple vista, pareciera que es sencillamente falso que, sin Dios, todo está permitido.
Pero, yo veo más plausible la explicación que ofrece el psicólogo Jesse Bering: a medida que en la vida moderna, la idea de Dios ha sido desplazada, se han desarrollado muchísimo más las tecnologías de vigilancia. Y, así, ya no hay un Dios omnisciente en el cielo que vigile si nos portamos bien o mal, pero sí hay una cámara de seguridad en la oficina que vigila si estamos cumpliendo horario y no estamos robando los suministros.
La humanidad puede prescindir de Dios, pero no puede prescindir de la vigilancia. Pues, precisamente, la idea de Dios surgió en nuestra especie (y, presumiblemente, hay una predisposición genética para ella), entre otras cosas, para fortalecer la conducta moral a través de la sensación de estar siempre vigilado.
Es fácil, por supuesto, abusar de la vigilancia. Frank Snowden ha hecho una importante labor al colocar de relieve frente a la opinión pública internacional, la forma en que el gobierno de los EE.UU. es cada vez más invasivo de la privacidad de los ciudadanos. Pero, así como la violencia religiosa en Bombai, Bagdad, Belfast o Beirut no debe conducirnos a desestimar la función moral de la religión, el abuso del espionaje y la vigilancia en la sociedad moderna no debe conducirnos a desestimar la necesidad de que, para poder vivir en sociedad, necesitamos de algún mecanismo de supervisión que ponga freno a los vicios.

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