sábado, 27 de octubre de 2012

¿Qué tiene Superman que no tenga Hércules?



           Hugo Chávez ha demostrado ser un príncipe de las contradicciones. Considera que la celebración de la fiesta de Halloween en Venezuela es una forma de imperialismo cultural, pero insólitamente es a la vez un gran aficionado y promotor del béisbol, un deporte con extensa terminología inglesa, el cual llegó a América Latina por influencia de compañías petroleras norteamericanas que son frecuentemente acusadas de extender el poderío imperial.
            Desde antes de su arrebato contra Halloween, Chávez también venía criticando la popularidad de los superhéroes en América Latina (acá). Esto, por supuesto, no es exclusivo de Chávez. Desde la publicación en 1973 de Para leer al pato Donald, un creciente sector de la izquierda latinoamericana ha declarado la guerra a las expresiones de la cultura pop norteamericana, y su difusión por nuestra región. Si bien ese libro atacaba menos a los superhéroes, y más a los personajes de Disney y sus vocaciones capitalistas, sentó las bases para un rechazo a Batman, Superman, Spiderman y tantos otros. Desde entonces, el argumento principal es que estos personajes promueven los valores de la sociedad norteamericana, y destruyen las manifestaciones culturales locales. En otras palabras, son agentes de la transculturación que promueve la cultura de los poderes dominantes, y erosiona la cultura de los pueblos dominados.
            Pero, de la misma forma como extrañamente Chávez se opone al Halloween y a la vez es un gran aficionado al béisbol, también Chávez considera dañinos a los superhéroes, pero a la vez menciona con aprobación a otros personajes que, a todas luces, son variantes de los superhéroes: los dioses y héroes de la antigüedad. Chávez desprecia a Superman, pero extrañamente sublima el legado de la mitología clásica. En varias ocasiones, cuando se le ha preguntado por su vida amorosa, Chávez responde que él viaja en el carro de Marte, no en el de Venus (una forma alegórica de decir que no tiene ni tiempo ni vocación para las relaciones amorosas) (acá) . Está bien tomar a Neptuno y otros dioses como referentes, pero está mal tomar a Aquaman y otros superhéroes como referentes.
            Esto invita a preguntar: ¿qué tiene Hércules que no tenga Superman? En honor a la verdad, el desdén por los superhéroes norteamericanos en conjunción con la admiración por los héroes mitológicos clásicos, no es exclusivo de Chávez. Contrario a lo que en ocasiones se supone, el ataque original en contra de los superhéroes no vino de la izquierda tercermundista, sino de la más rancia derecha norteamericana.
            La década de los años cincuenta del siglo XX vio el auge del infame Joseph MacCarthy, un senador obsesionado con la amenaza comunista en el seno de los EE.UU. El Senado investigó  a cineastas y escritores, y amedrentó a la industria cinematográfica para que bajo ninguna circunstancia ofreciera retratos benevolentes del comunismo.
Pues bien, en medio de aquella misma histeria, los censuradores norteamericanos también amedrentaron a los cómics de superhéroes. El comunismo no era la única amenaza a esta sociedad paranoica. Hubo también un auge en la criminalidad, y apareció la hipótesis de que las historietas de superhéroes alimentaban el crimen. Apareció en 1954 un libro con el título Seduction of the Innocent (“La seducción de los inocentes”), escrito por el psiquiatra Frederic Wertham, el cual advertía que, Batman y Robin, por ejemplo, no sólo glorificaban la violencia y dejaban ambigua la lucha contra el crimen, sino que también promovían la homosexualidad. Por varias décadas, las advertencias de Wertham se tomaron en serio, y los mismos editores de cómics, para evitar censuras más fuertes, acordaron entre ellos moderar las historietas y acceder a algunas exigencias de los censuradores.
Hoy, por supuesto, nos reímos de la preocupación homofóbica de Wertham. Quizás sí tomemos un poco más en serio sus otras advertencias, pero no demasiado. Lo curioso, no obstante, es que por aquella misma época, los mismos intelectuales conservadores norteamericanos enaltecían la educación clasicista, la cual reposa en gran medida sobre un firme conocimiento de la mitología clásica. Así, habría sido ocasión para preguntar a Wertham: ¿acaso esas mismas preocupaciones no son perfectamente extensibles a las historias sobre los héroes de la antigüedad clásica?
Ciertamente la relación de Batman y Robin es sexualmente ambigua. Pero, ¿por qué censurar estas historietas, y a la vez enseñar el mito de Zeus y Ganimedes, Apolo y Jacinto, y tantos otros? Ciertamente los métodos y motivaciones de Batman en su lucha contra el crimen pueden resultar cuestionables (se toma la justicia por sus manos, y parece ser más una venganza personal producto de un trauma infantil), pero ¿no lo son también las motivaciones del gran guerrero Aquiles? En una interpelación del senado norteamericano durante aquella época, a un editor se le reprochó que se incluyera en una portada de un cómic una cabeza decapitada. ¿Estamos dispuestos a censurar el mito de Perseo (quien lleva la cabeza de la Medusa en su mano, para petrificar a sus oponentes), o a quemar Salomé y la cabeza de Juan el Bautista de Caravaggio?
Jenófones y Platón fueron los filósofos griegos que con más tesón criticaron la mitología clásica, por su retrato de inmoralidades. Pero, el mismo Platón es hoy considerado uno de los artífices intelectuales del totalitarismo, precisamente, entre otras cosas, por su tendencia a favorecer la censura, bajo la premisa de un pánico moral. Ciertamente la crítica de Platón tiene asidero (¿quién disputaría que, en efecto, Zeus tiene una sexualidad sumamente inmoral?), pero la alternativa estaría más bien en leer estas historias a la vez que al lector se le haga alguna prevención al respecto. La inmoralidad del mito no lo despoja de su belleza, y de su poder para traer a la palestra otras preocupaciones profundas.   
No pocos historiadores del arte y comentaristas de la cultura pop han señalado las enormes similitudes entre la mitología clásica y las historias de superhéroes: Superman con Heracles, Batman con Odiseo, Aquaman con Poseidón, los Gemelos Fantásticos con los dioscuros, etc. Pero, extrañamente, persiste el prejuicio: lo de los clásicos es loable, la cultura pop es desdeñable. Es culturalmente refinado colocar a los hijos el nombre de ‘Ulises’ y ‘Jasón’, pero es una brutal alienación llamarlos ‘Batman’ o ‘Spiderman’.
Chávez y muchos izquierdistas latinoamericanos, por supuesto, incurren en esta inconsistencia. Algunos izquierdistas latinoamericanos tratan de salvaguardar esta inconsistencia señalando que Zeus y Teseo no son agentes del imperialismo cultural, mientras que la Mujer Maravilla y el Avispón Verde sí lo son. Y, así, su preocupación no es tanto el contenido de las historietas de superhéroes, sino más bien su procedencia cultural y la erosión de las culturas locales. Bajo este argumento, no es objetable que un niño norteamericano lea historias de Superman, pues proceden de su propia cultura, pero sí es objetable que un niño latinoamericano lea estas historias, pues promueven su transculturación.
Este argumento reposa sobre la premisa romántica (y reaccionaria) de que cada pueblo tiene su Volksgeist fijo e inmutable, y es incapaz de transformarlo. Así, con la bandera de un nacionalismo cultural agresivo, se adelanta la idea de que, quien pertenezca a una cultura, debe permanecer preso en ella, y no recibir influencias culturales foráneas, a fin de mantener su pureza. Esta forma de pensar, por supuesto, termina siendo bastante opresiva, en tanto no permite al individuo decidir en cuál cultura él mismo desea inscribirse: este tipo de nacionalismo cultural encierra al individuo en su cultura de origen.
Pero, en todo caso, este mismo argumento es nuevamente inconsistente. Pues, la difusión de los mitos sobre Ares, Atenea y tantos otros héroes y dioses de la mitología clásica, son también clara expresión del imperialismo cultural. A partir del periodo helénico, durante el siglo III antes de nuestra era, la cultura griega se expandió agresivamente por el mundo mediterráneo. Los griegos abrieron academias, gimnasios y bibliotecas en plenitud de ciudades mediterráneas, y por supuesto, también exportaron sus mitos.
Todo esto merece el apelativo de ‘imperialismo cultural’. Pero, ¿fue acaso objetable? ¿Debemos lamentarnos de que, con su imperialismo cultural, los griegos inauguraran la biblioteca de Alejandría? En la mayoría de las ocasiones, por supuesto, la expansión cultural helénica se hizo por la vía forzosa, y eso ocasionó una fiera resistencia en muchos lugares. Los judíos, por ejemplo, obsesionados con la pureza de su religión, no toleraron que Antíoco IV impusiera una estatua de Zeus en el templo de Jerusalén. Esto ocasionó la sangrienta rebelión macabea.
Pero, visto en retrospectiva, deberíamos preguntarnos si, aun con su imperialismo cultural impositivo, la expansión helénica no hizo más aportes beneficiosos que perjudiciales. Christopher Hitchens (un judío secular), por ejemplo, ha tenido el suficiente coraje como para advertir que el Januká (la festividad judía que conmemora la rebelión macabea) es en realidad el enaltecimiento de un régimen teocrático y retrógrado autóctono (el judío), y el desprecio de una civilización que, si bien era imperial, promovió valores y virtudes democráticas, técnicas artísticas más refinadas, avanzados conocimientos científicos, etc. Claramente, un judío secularizado como Hitchens no se lamenta del imperialismo cultural helénico.
Con todo, aun si el imperialismo cultural expande prácticas y costumbres que muchas veces resultan elogiables, es lamentable que se emplee la fuerza para ello. Pero, precisamente, a diferencia de los dioses y héroes de la mitología clásica, los superhéroes no se han expandido por vía militar. Probablemente la invasión militar norteamericana a Vietnam o a Irak abrió el camino al mercado de historietas de superhéroes. Pero, aun teniendo en cuenta casos como éstos, es sensato admitir que, allí donde en la antigüedad Zeus llegó a Jerusalén por vía de la espada y ocasionando muchas muertes, Aquaman en cambio llega a Maracaibo por vía del comercio, sin ocasionar una sola muerte. Los judíos fueron forzados a aceptar a Zeus; hoy los latinoamericanos por voluntad propia desean impregnarse de las historias de Superman y Batman. Podemos someter a debate si la publicidad tiene o no el poder de crear necesidades falsas y de conducir y manipular a las masas. Pero, debería quedar fuera de duda que, en la expansión cultural de los superhéroes, no se han disparado metralletas. El comercio expande la influencia de los superhéroes, en buena medida porque el mismo mercado así lo exige.
El error de Chávez y tantos otros izquierdistas que temen a los superhéroes está en asumir que la cultura siempre se expande por vía de la fuerza. Bajo este esquema de pensamiento, no existe la posibilidad de que un símbolo cultural se expanda, sencillamente porque tiene más atractivo, en tanto toca algo profundo. Curiosamente, la mayor expansión de la cultura griega ocurrió después de que los imperios griegos entraran en declive militar y político. No fueron tanto las espadas griegas, sino el poder intrínseco de sus símbolos e ideas, lo que propició el éxito del imperialismo cultural griego. Horacio elocuentemente lo expresó así: “Graecia, victa, ferum victorem cepim”; Roma pudo conquistar militarmente a Grecia, pero Grecia conquistó civilizacionalmente a Roma. Aun en desventaja militar, prevaleció la cultura griega por encima de la romana.
Si los superhéroes gustan tanto en América Latina, ha de ser porque tienen algún atractivo intrínseco, lo mismo que los mitos clásicos. Bajo el esquema marxista, los mitos de superhéroes no son más que inventos superestructurales para proteger el sistema de producción imperante, en el cual EE.UU. sale beneficiado, y el Tercer Mundo perjudicado. Pero, de nuevo, lo mismo podemos opinar respecto a los mitos clásicos y su protección del sistema de producción esclavista. ¿Debemos entonces rechazar el legado clásico por esta razón?
Ciertamente, el gusto por los superhéroes incentiva la sociedad de consumo, pues las grandes corporaciones hacen negocios mercadeando artefactos con la imagen de los superhéroes. Pero, ¿no hicieron las pinturas del Renacimiento algo similar con la mitología clásica? Y, también, no deja de ser cierto que las historias sobre superhéroes están enmarcadas en un contexto cultural que resulta ajeno a muchos de sus lectores. Pero, para un latinoamericano contemporáneo, ¿es más ajeno el New York del siglo XXI, o la Tebas de al menos el siglo X antes de nuestra era? ¿La lejanía cultural respecto a Tebas debería hacernos renunciar a la lectura de Edipo Rey?
El poder de los mitos clásicos está precisamente en que, tras la fachada de símbolos locales, hay una gran preocupación por temas universales. Atenea es la diosa de la ciudad de Atenas (y, así, bajo la interpretación de muchos izquierdistas, un chino que lea las historias sobre Atenea sería víctima del imperialismo cultural), pero no por ello, las historias sobre Atenea versan sobre asuntos estrictamente atenienses.
Pues bien, lo mismo ocurre con los superhéroes. Batman no es meramente el ‘promotor del american way of life’, como en ocasiones ha denunciado Chávez (acá). Es más bien un poderoso símbolo que invita a reflexionar sobre el trauma por el cual pasa un niño al ver a sus padres ser asesinados; las complejidades de un hombre que decide tomarse la justicia en sus manos sin la aprobación irrestricta de las autoridades; o su apatía por las mujeres, pero su ambigua relación hacia muchachos más jóvenes. En su escasa cultura, Chávez sólo se interesa por la historieta pulp de Batman, y al ver una bandera norteamericana en alguna de las escenas, inmediatamente salta a denunciar, “¡imperialismo cultural!”. Un poco más de interés y refinamiento cultural, le permitiría apreciar que Batman es frecuentemente empleado por filósofos morales para plantearse tremendos dilemas éticos. De hecho, hay toda una serie de libros académicos, con el título Batman and Philosophy (Batman y la filosofía).
Incluso, la vigencia de temas universales en los superhéroes fue magistralmente manifestada por Mark Millar en 2003. Escribió Superman: Hijo rojo, una historieta sobre el popular superhéroe, pero bajo la premisa de que su nave espacial no llegó a Kansas, sino a Ucrania, en los años treinta del siglo XX. En la historieta de Millar, Superman se convierte en el sucesor de Stalin, y Lex Luthor es el presidente de los EE.UU. Si bien hay muchas variaciones en esta versión respecto a la historia original de Superman, y el superhéroe ingenuamente se convierte en un defensor del totalitarismo soviético, persiste en el retrato de Superman las mismas preocupaciones del héroe tradicional: sus ansiedades como adolescente, su elevado sentido del deber, etc. Millar demostró que, sea en la Unión Soviética, o en los EE.UU., Superman mantendrá su atractivo, precisamente por su atractivo de temas universales. Es la misma razón por la cual seguimos leyendo a Sófocles, Shakespeare o Cervantes: sus historias pueden tener escenarios locales, pero conciernen grandes preocupaciones universales. Sólo un prejuicio irracional evitaría apreciar en los superhéroes lo mismo. 

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