viernes, 17 de agosto de 2012

Dinesh D'Souza me decepciona


Supe por primera vez quién es Dinesh D’Souza cuando yo me preparaba para escribir mi libro El darwinismo y la religión. En aquella época, estaba muy atento a los debates entre ateos y creyentes, y me encontré que Dinesh D’Souza debatía a los eminentes ateos Christopher Hitchens y Daniel Dennett. En aquel momento no quedé impresionado con D’Souza: si bien me parecía un autor bien educado y sólido, planteaba argumentos inconvincentes a favor de la existencia de Dios. 
Pero, en su defensa del cristianismo, D’Souza exponía argumentos que me parecían muy interesantes. Los ateos suelen destacar los efectos dañinos de la experiencia histórica cristiana, pero D’Souza planteaba el asunto desde su experiencia personal en la India (su país de origen), y señalaba que, en ese país, la influencia del cristianismo fue socialmente beneficiosa en muchos aspectos. Por ejemplo, hubo conversiones masivas de intocables al cristianismo, pues se veían atraídos por una religión igualitarista, en marcada oposición a la brutal jerarquización del sistema de castas en la India. Y, añadía D’Souuza, la presencia colonial británica en la India, en parte motivada por el ideal misionero cristiano, sirvió para sentar las bases de la modernidad en ese país.
Con argumentos como éstos, D’Souza me empezó a interesar más. Pues, si bien no acepto la mayor parte de las doctrinas cristianas, sí estoy dispuesto a reconocer que los efectos históricos del cristianismo en algunos casos han sido más beneficiosos que los de otras religiones. En América Latina hay un constante reproche al colonialismo occidental. Si bien no deseo disimular los innegables crímenes del colonialismo, mi opinión ha sido que el colonialismo hizo aportes beneficiosos significativos, y que gracias a la expansión colonialista de los poderes europeos, muchas naciones del Tercer Mundo se han inscrito en la senda de la modernidad, para mejorar significativamente sus condiciones de vida.
Pronto descubrí que D’Souza, antes de haber sido un apologista del cristianismo, había sido un comentarista político, y había dedicado mucha atención a la historia del colonialismo. Y, sus análisis coincidían con la escuela de pensadores europeos que, con Max Weber a la cabeza, han reconocido las ventajas culturales de la singularidad occidental. El ensayo de D’Souza, “Dos vivas al colonialismo” (acá), en el cual reivindica parte del legado colonial, me pareció de suma importancia, pues si bien ha habido plenitud de autores que destacan exitosamente los aspectos positivos del colonialismo, no lo hacen con la accesibilidad al lector común, como sí lo hace D’Souza.
Además, también admiré los escritos de D’Souza sobre el racismo en EE.UU. Desde hace años, yo he adelantado la opinión de que el liderazgo negro en EE.UU. es destructivo y perjudicial para el propio pueblo negro norteamericano. Pues bien, D’Souza, a quien nadie podrá acusar de ser un supremacista blanco (pues, su piel es marrón, y procede de la India), desmontaba extensamente en The End of Racism, muchos de los mitos sobre los cuales reposa buena parte del anti-racismo en EE.UU., y sometía a feroz crítica la desviación de la lucha por los derechos civiles, por parte de la mayoría de los líderes negros norteamericanos.
Por supuesto, D’Souza es mucho más conservador de lo que yo estoy dispuesto a ser. Su visión es típicamente neoliberal (defiende la apertura indiscriminada de mercados), se opone al aborto, considera inmoral a la homosexualidad, defiende la presencia pública de la religión, etc. Pero, al menos en sus debates sobre el racismo y el colonialismo, he tenido simpatías por sus escritos, aunque, no sin constantemente matizar algunos de sus juicios.
Este año (2012), no obstante, Dinesh D’Souza se ha embarcado en una aventura intelectual que me resulta sumamente decepcionante. Ha publicado un libro titulado The Roots of Obama’s Rage, y ha producido un documental titulado 2016: Obama’s America. No he tenido acceso al libro o a la película, pero he leído artículos complementarios y he visto entrevistas televisivas, y sé de qué tratan el libro y el documental.
D’Souza se propone evaluar cómo sería el mundo si Obama gana las elecciones, y su libro y documental sirven como una suerte de advertencia de que, si Obama en efecto gana en 2012, para el 2016 el mundo estará en un estado caótico. Indirectamente, por supuesto, D’Souza sugiere que el mejor remedio es que Mitt Romney resulte ganador.
El argumento de D’Souza es el siguiente: Barack Obama es un personaje misterioso; en comparación con otros presidentes norteamericanos, se sabe poco de su pasado. Hay rumores de que Obama es en realidad un musulmán, y que no nació en EE.UU. A D’Souza esto le parece una tontería, pero sí tiene su propia teoría sobre Obama: en realidad, el presidente norteamericano es un anticolonialista y comunista escondido, que discretamente está conduciendo a los EE.UU. por el sendero de su ideología oculta. Obama ha estado sumamente influido por el perfil de su padre, Barack Obama Senior, un intelectual keniano que estaba firmemente comprometido con el anticolonialismo (especialmente durante la lucha keniana por la independencia) y el socialismo. Según D’Souza, Obama quiere cumplir los sueños de su padre. Y, para ello, tiene un doble propósito: aumentar el poder del Estado en asuntos domésticos norteamericanos (con eso conduciría a EE.UU. por la senda del socialismo), y disminuir el poder de EE.UU. en el escenario internacional (con eso cumpliría su ideal anti-colonialista). A D’Souza, las intenciones de Obama le parecen sumamente peligrosas, y por eso, exhorta a los norteamericanos a no votar por él.
Estas tesis me han hecho perder el respeto por D’Souza. En primer lugar, sus tesis son casi una teoría de la conspiración: Obama tiene un complot malévolo oculto para destruir a los EE.UU. discretamente, y en el 2016, habrá logrado su propósito frente a un pueblo norteamericano incauto. Además, Obama incurre en el hábito pernicioso, muy propio de los psicoanalistas, de exagerar la influencia de los eventos de la infancia de un líder, sobre los senderos políticos de una nación: los complejos de la infancia de Obama hicieron que se identificara intelectualmente con su padre, y esto conducirá a su país a la ruina.
Obama está muy lejos de ser el anticolonialista y socialista que D’Souza retrata. No tengo muchas simpatías por Hugo Chávez, el presidente de mi país (Venezuela), pero creo que Chávez no se equivoca cuando denuncia que Obama no ha cambiado gran cosa en EE.UU., y que sus políticas son mera continuidad de los presidentes anteriores. Un socialista no saldría al rescate de los bancos en medio de una crisis financiera.
Un anticolonialista no tardaría tanto tiempo en retirarse de la guerra de Irak, ni intervendría en la caída de algunos gobiernos árabes. Frente a esto, D’Souza señala que Obama interviene en Libia, pero no en Siria, porque quiere derrocar a aquellos dictadores que han encontrado cierta paz con EE.UU., pero quiere dejar intactos a aquellos que se muestran agresivos con EE.UU., de nuevo, todo con la intención oculta de debilitar a su propio país. No se le ocurre pensar que la intervención en Libia, y la falta de intervención en Siria, están asociadas a la riqueza petrolera en el primero, y la ausencia de petróleo en el segundo.  
D’Souza considera que el anticolonialismo es una ideología perniciosa, y que por ello, Obama debe ser detenido. Según D’Souza, Obama tiene la expresa intención de debilitar a los EE.UU., a fin de balancear los poderes en la escena internacional. Yo dudo de que eso sea así, pero aun en ese caso, ¿por qué ha de ser objetable que EE.UU. contraiga su poder en las relaciones internacionales? Yo comparto con D’Souza la idea de que el colonialismo no es el responsable de todos los males del Tercer Mundo, y que, en balance, la experiencia histórica del colonialismo muchas veces ha resultado más beneficiosa que perjudicial para los propios países colonizados, dadas las precarias condiciones en que estos países se encontraban antes de la llegada de los poderes coloniales.
Pero, eso no justifica la continuidad del colonialismo en la actualidad. El hecho de que, en balance, el colonialismo haya sido históricamente una mejora para muchos países, no implica que el colonialismo sea la mejor respuesta a los males del mundo. El colonialismo fue una mejora en muchos contextos, pero con todo fue un sistema opresivo. Yo estoy de acuerdo en que los británicos llevaron grandes adelantos a la India atrasada, pero eso no implica que los indios no tenían el derecho a la autodeterminación y la independencia, y que el sistema colonial británico debía llegar a su fin.
D’Souza plantea la siguiente analogía: si el coach de Los Angeles Lakers tiene la intención oculta de hacer perder a su equipo para que los otros equipos ganen, ¿cómo será visto por el resto de la gente? Presumiblemente, los aficionados a otros equipos estarán contentos con este coach, pues debilitará al mejor equipo de baloncesto de la liga norteamericana. Pero, los aficionados de los Lakers desearán expulsar a este coach, pues no está cumpliendo su trabajo, a saber, hacer de los Lakers el equipo dominante. Pues bien, si Obama quiere hacer de EE.UU., no el país dominante del mundo, sino uno más entre muchos otros, entonces los ciudadanos norteamericanos deben buscar la forma de removerlo de su cargo.
Esta analogía me parece defectuosa y peligrosa. D’Souza piensa en las relaciones internacionales como un brutal juego de competencia (como efectivamente sí lo es una liga de baloncesto). Jamás contempla el hecho de que, un balance internacional de poderes contribuiría más a la paz mundial, y a la larga, los mismos norteamericanos gozarían de esta paz. El crecimiento unilateral del poder norteamericano, a expensas de otros poderes en el mundo, conducirá a EE.UU. a más y más guerras, y el pueblo norteamericano, en vez de beneficiarse por estas conquistas militares, sufrirá terribles consecuencias económicas y políticas, pues un Estado en constante guerra tiene a volverse opresivo contra su propia población.
Los argumentos de D’Souza en contra de Obama se presentan para ser atractivos sólo a los norteamericanos. El propio D’Souza parece admitir que al resto del mundo le conviene la supuesta política anticolonialista de Obama, pues así, EE.UU. perderá su poder, y el resto de las naciones podrá surgir. Si éste es efectivamente el argumento de D’Souza, entonces es filosóficamente pobre. Pues, la virtud de un líder se mide, no sólo por el beneficio que rinda a su nación, sino a la humanidad entera. La labor de Gandhi no es sólo admirada por los indios, sino también por los mismos británicos y el mundo en general. Obama será evaluado, no sólo por el beneficio a los norteamericanos, sino al planeta entero. Esta forma de juzgar es precisamente lo que exige una conciencia cosmopolita (como la que defiendo).
El principal problema con D’Souza, me parece, radica en cometer el mismo error que los críticos del colonialismo: confunde la expansión cultural occidental con el sistema colonialista de opresión. Los críticos del colonialismo rechazan el establecimiento de poderes coloniales, y por extensión, rechazan la occidentalización del mundo. D’Souza avala tanto la occidentalización del mundo, como el establecimiento de sistemas colonialistas en la economía y la política. Yo, por mi parte, aplaudo la expansión de los ideales de la civilización occidental, pero no necesariamente sus prácticas. Y, precisamente, en tanto reconozco que históricamente ha habido un divorcio entre los ideales y la praxis de la civilización occidental, rechazo la depredación económica y la opresión política del colonialismo, pero este rechazo lo fundamento en las mismas ideas políticas surgidas en el seno de la civilización occidental. Por eso, por ahora seguiré insistiendo en que el colonialismo como experiencia histórica tuvo muchos aspectos positivos, pero si un líder como Barack Obama, decide contraer el poder internacional de EE.UU., me veré complacido por ello.

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