martes, 5 de junio de 2012

Muchachos, ¡yo también me iría demasiado!


Una de las escenas más melancólicas y poéticas que he visto en la historia del cine está en El padrino, parte II: el joven Vito Corleone viaja a New York, y junto a otros inmigrantes, contempla desde el buque en el cual viajan la Estatua de la Libertad. El fondo musical de esta escena (y es el tema musical de toda la película) se titula El inmigrante, una pieza magistral sumamente melancólica. Pues, como contraparte de la esperanza del sueño americano (el cual el filme se asegura de desmitificar), se retrata la nostalgia por dejar atrás el país de origen de estos inmigrantes europeos de inicios del siglo XX.
            Una breve pieza amateur reciente producida por jóvenes venezolanos, Caracas, ciudad de despedidas (acá), trata también sobre el tema de la migración. Se trata de una serie de entrevistas de jóvenes que se disponen a marcharse de Venezuela. Hay, como en El padrino parte II, algo de melancolía. Pero, hay más frustración, e incluso odio, que nostalgia. La pieza ha generado controversia. No faltan motivos para ello.
            Los muchachos que aparecen en el video son típicos representantes de la alta burguesía venezolana. Obviamente tienen dinero, pero parece que les falta educación, pues no se cuidan de cometer algunos errores gramaticales (como, por ejemplo, emplear el adverbio “demasiado” como complemento de la expresión “yo me iría”). Sus motivos para emigrar son escandalosamente vanidosos: no poder ir a discotecas con tranquilidad, no poder vivir tranquilamente como residentes de las zonas “al este del este” (las regiones más afluentes de Caracas), no poder seguir disfrutando de una acomodada posición socio-económica, etc.
            El video ha generado indignación en mucha gente, pero se trata, ante todo, de una indignación visceral. Pues, quienes se sienten ofendidos por este video no logran precisar dónde radica exactamente lo objetable. La mayor parte de los espectadores se molesta sencillamente por el acento burgués con que hablan los muchachos. Pero, esto no hace más que colocar en evidencia los prejuicios que nos consumen. Un muchacho que hable con acento de La Lagunita no podrá ser tomado en serio (no importa cuán profundo sea lo que diga): el hecho de que es rico, inmediatamente parece descalificarlo.
            La ofensa generada por Caracas, ciudad de despedidas en mucha gente coloca en evidencia un problema generalizado en América Latina: el odio al rico, por el mero hecho de ser rico. Estos muchachos generan antipatía, no porque sean explotadores de las clases proletarias (no hay ningún indicio en el video que permita suponerlo), sino sencillamente porque hablan con el acento de los ricos. Podemos (y debemos) criticar a los ricos que explotan a los pobres, pero no debemos sentir repulsión por alguien, sencillamente porque habla con el acento de los ricos. El mero hecho de que quien exponga una denuncia sea un sifrino, no implica que esa denuncia no tenga fundamento. Se trata de la vieja falacia ad hominem, sobre la cual tanto advierten los filósofos.
            Otra gente se ofende con el video porque los motivos de la migración son burdamente superficiales. Todo parece indicar que estos jóvenes tienen vidas muy placenteras, al menos al compararlas con los sufrimientos de muchos venezolanos, y quejarse por no ir a una discoteca es una bofetada a la mujer del cerro que ha sufrido las consecuencias de vivir en la marginalidad social, y tiene verdaderos motivos para quejarse. No les falta razón a estos críticos. Pero, urge destacar que la mayor falla de Caracas, ciudad de despedidas, es precisamente haber desaprovechado una oportunidad dorada para retratar la dolorosa realidad de jóvenes talentosos que se van de Venezuela.
Ciertamente los motivos expuestos por los burguesitos caraqueños para irse de Venezuela son terriblemente vanidosos. Pero, eso no eclipsa la realidad del estado desconsolador en el que se encuentra nuestro país. Secuestros, extorsiones, robos, crisis carcelarias, podredumbre en el sistema judicial, concentración de los poderes en el ejecutivo, inflación disparada, restricciones en las libertades civiles, entre otros, son suficientes motivos justificados, para un grueso sector de la población venezolana, para emigrar y buscar mejores condiciones de vida. Caracas, ciudad de despedidas ha hecho un gran daño, pues ofrece al mundo la imagen de que los únicos motivos que existen para irse de Venezuela son aquellos expuestos por los idiotas que aparecen en el video en cuestión. Con este video, los simpatizantes del gobierno tienen una gran oportunidad para burlarse de quienes estén insatisfechos con el rumbo que lleva Venezuela. Pero, los burguesitos de Caracas, ciudad de despedidas no son los verdaderos representantes del emigrante venezolano. El joven talentoso que busca irse del país, no lo hace porque ya no puede ir a rumbear tranquilamente. Lo hace porque, para poder trabajar en una empresa pública, se le exige ir a una marcha política con una franela roja.
Pero, para muchos, quizás el aspecto más irritante de Caracas, ciudad de despedidas es la forma tan despectiva con que los jóvenes se expresan del país. Unos gritan “¡esto es una mierda!”; otra muchacha dice que ha sentido vergüenza de ser venezolana cuando viaja en avión y la gente aplaude.
De nuevo, todo esto es escandalosamente vanidoso. Pero, deseo retar la convención nacionalista de que los individuos están en la obligación de amar y sentir orgullo por su país a toda costa, una idea emblemática en la vieja consigna nacionalista, “mi país, para bien o para mal”. Esta actitud (como casi todas las actitudes nacionalistas) es irracional y perjudicial. El individuo está en obligación de amar lo bueno, y odiar lo malo. Si Venezuela es un país sumamente deteriorado, entonces es perfectamente legítimo que un venezolano, en frustración, lo llame “una mierda”, y sienta vergüenza de su nacionalidad. Estamos acostumbrados a la idea de que el lugar de nacimiento dicta qué país debemos amar. Pero, el haber nacido en Venezuela (o cualquier otro país) es un mero accidente. Desafortunadamente, nadie escoge su nacionalidad. Y, en ese sentido, el nacionalismo es una ideología opresora, pues independientemente del trato que una nación ofrece a un individuo, se exige que el individuo sea leal a su patria.
¿Debían los judíos alemanes sentir orgullo patrio durante el Tercer Reich? ¿Eran estos judíos unos monstruos morales por considerar que la Alemania de aquella época se había convertido en una mierda? ¿Hacían mal estos judíos en despotricar a su propio país? No, no y no. Estos judíos pudieron haber sido traidores a la patria, pero precisamente, con patrias como ésas, el único camino aceptable es el convertirse en un traidor.
La patria se conforma en torno a un contrato social. Si la patria no cumple los términos de ese contrato, entonces el individuo tiene plena justificación para dar por terminada la relación. Si Venezuela no ha cumplido con sus jóvenes, entonces estos jóvenes tienen pleno derecho a sentir vergüenza de su gentilicio, y a calificar a este país como una ‘mierda’.
Por supuesto, la Venezuela de Chávez no es ni remotamente la Alemania de Hitler. Pero, mi intención es demostrar la irracionalidad del discurso patriotero. Como bien señalaba Ernest Renan en el siglo XIX, “el hombre no pertenece a su lengua, ni a su raza; se pertenece sólo a sí mismo pues es un ser libre, o sea, un ser moral”. Vale amar el suelo en que nacimos, sólo si en ese suelo hay condiciones para ser felices. Si no, es hora de liberarse de amores no correspondidos, y buscar nuevos rumbos. Así, a los muchachos de Caracas, ciudad de despedidas les digo: Uds. son unos idiotas, y deberían ir a los barrios de Caracas para conocer de cerca los terribles sufrimientos de mucha gente; pero si las cosas siguen empeorando en este país, muchachos, yo también terminaré por sentir vergüenza de ser venezolano, y quizás también me iría ‘demasiado’.