miércoles, 18 de enero de 2012

Lincoln y Milosevic, nacionalistas


Los filósofos postmodernistas han querido divulgar la idea de que la objetividad científica no existe. Todo depende del punto de vista desde el cual se planteen los asuntos. Así, los grupos dominantes buscan imponer las teorías que les permitan mantener sus posiciones de poder. En continuación de Nietzsche, estos filósofos promueven el método ‘genealógico’, a saber, buscar los orígenes de una creencia, y desenmascarar los intereses que subyacen tras ella.
Este método se ha aplicado a las ciencias. La mayor parte de las veces, los postmodernistas que aplican este método terminan por decir tonterías. La ciencia, alegan, ha sido conducida por hombres blancos europeos heterosexuales, y sus teorías favorecen sus posiciones de poder. Los postmodernistas no caen en cuenta que explicar los orígenes de una creencia no implica refutarla, y que, por más que se emplee dinero o poder para imponer una teoría, si ésta no coincide con los hechos del mundo, difícilmente podrá ser aceptada. La verdad no está en venta.
Pero, por supuesto, hay matices. Algunos representantes de la antipsiquiatría, por ejemplo, han oportunamente señalado cómo muchas supuestas enfermedades mentales, en realidad han sido inventos para controlar a los personajes marginales de la sociedad. Si bien me he opuesto a los postmodernistas y su desdén por la búsqueda de la objetividad, sí he de admitir que, en el caso de la historiografía, hay bastante oportunidad para que, las narrativas e interpretaciones sobre hechos del pasado, sean condicionadas por los intereses de quienes escriben las crónicas. La vieja teoría, según la cual, los vencedores escriben la historia, tiene algo de plausibilidad. Por supuesto, los vencedores escriben la historia dentro de un límite: ningún historiador tiene el poder de mentir deliberadamente y ganar credibilidad, pero sí tiene el poder de omitir o reinterpretar algunos hechos, a fin de favorecer a su partido.
Los casos de Abraham Lincoln y Slobodan Milosevic son emblemáticos en este aspecto. A simple vista, no hay comparación viable entre ambos personajes. El primero es considerado un héroe nacional, el segundo es considerado un criminal de guerra. El primero tiene monumentos en la capital de su nación; el segundo murió en una cárcel, esperando ser enjuiciado por sus atrocidades. Pero, precisamente, la diferencia en el destino de ambos se debe, al menos parcialmente, al hecho de que el primero fue victorioso en sus campañas militares, mientras que el segundo fue derrotado.
Abraham Lincoln es hoy alabado como el emancipador de los esclavos en EE.UU., y un celoso defensor de la libertad y la democracia. Si bien Lincoln, en efecto, emancipó a los esclavos, no fue un abolicionista. Hacia mediados del siglo XIX, había en EE.UU. un intenso debate sobre el lugar de la esclavitud en aquella nación. Algunas personas de firmes convicciones morales, opinaban que existía el deber ético intrínseco de emancipar a los esclavos. Otras, desde una perspectiva más utilitarista, opinaban que era favorable para la sociedad industrial emancipar a los esclavos, y abrir paso a un nuevo sistema productivo. Ambos grupos formaban parte de la ideología ‘abolicionista’, la cual pretendía poner fin inmediato a la esclavitud.
Lincoln no pertenecía a ninguno de estos grupos. De hecho, aceptaba la inferioridad racial de los esclavos. Lincoln defendía la idea de que los nuevos territorios anexados a los EE.UU. tras la guerra con México, no debían aceptar la esclavitud. Pero, en aquellos estados en los que ya existía la esclavitud, ésta debía mantenerse. Con todo, esto no satisfizo a los estados esclavistas. Según el razonamiento de sus representantes, la negativa a aceptar la esclavitud en los nuevos territorios eventualmente presionaría a los estados esclavistas a emancipar a los esclavos, y sus economías colapsarían.
Los estados esclavistas del sur decidieron, pacíficamente, declarar su independencia, y conformar una nueva nación, los Estados Confederados. Según su razonamiento, ellos tenían el derecho a separarse de la unión americana, en virtud de un principio que serviría como antecesor de la ‘auto-determinación de los pueblos’. Lincoln no aceptó esa secesión, y envió tropas para reprimir el movimiento secesionista. Empezó así una brutal guerra.
Muchos historiadores señalan que ésta fue una de las primeras guerras industriales. Y, quizás debido a sus dimensiones, se cometieron atrocidades sin precedentes en la historia americana. Lincoln suspendió el habeas corpus, el derecho a un debido preciso, con la excusa de mantener la seguridad nacional en tiempos de emergencia. Hubo así miles de desaparecidos. Hubo atrocidades de parte y parte, pero los ejércitos del norte, en clara ventaja numérica, excedieron en crímenes a los ejércitos del sur. Probablemente las atrocidades más conocidas de los ejércitos de los yankees fueron los campos de concentración en pésimas condiciones, en los cuales recluían a los prisioneros de guerra.

Al final, los Estados Confederados nunca fueron reconocidos por ninguna nación, y su desventaja numérica y falta de apoyo internacional propició su derrota. Desde entonces, los estados que conformaron la confederación han sufrido el castigo de los historiadores, quienes habitualmente los representan como esclavistas atrasados influidos por fanáticos religiosos que sometieron a EE.UU. a una brutal guerra.
Pero, urge hacerse la pregunta elemental: ¿había justificación para que Lincoln reprimiera de forma tan brutal el movimiento secesionista? Si invocamos el principio de auto-determinación de los pueblos, la respuesta debería ser obviamente negativa. La abrumadora mayoría de los ciudadanos de los estados esclavistas favorecían la secesión. Si, en virtud de ese principio, hoy aceptamos que los ciudadanos de Quebec, el Sahara Occidental o Puerto Rico tienen derecho a someter a consulta pública si se separan o no de los Estados en los cuales se inscriben, y estos Estados deben obedecer la voluntad de esos ciudadanos; entonces deberíamos admitir que los Estados Confederados tenían el mismo derecho para separarse de la unión americana. Hay, por supuesto, una complicación: los esclavos en los estados del Sur no tenían representación y no se tomaba en cuenta su opinión respecto a la secesión, pero por ahora, dejemos este problema de lado.
Ahora bien, si como debemos, estamos dispuestos a privilegiar a los derechos individuales por encima de los derechos grupales, entonces la justificación para la secesión confederada se debilita. Pues, aun si tenían el derecho de separarse de la unión, practicaban la esclavitud. Y, si bien Lincoln tenía el deber de respetar la autodeterminación de los Estados Confederados, tenía a la vez la obligación mayor de respetar los derechos individuales, y liberar a los esclavos. Por ello, vale advertir que la auto-determinación de los pueblos debe tener sus límites, y si un derecho grupal es incompatible con un derecho individual, entonces debe favorecerse el segundo. En este sentido, elocuentemente, el filósofo Allen Buchanan opina que, si los Estados Confederados no hubieran sido esclavistas, entonces sí habrían estados justificados en su secesión. Pero, el hecho de que eran esclavistas concedía justificación moral para que Lincoln, en consecución de los derechos individuales de los esclavos, reprimiera la secesión.
No obstante, hay suficiente espacio para opinar que había disposición de métodos mucho menos violentos para poner fin a la esclavitud. Thomas Di Lorenzo opina, de forma muy plausible, que las presiones industriales y morales procedentes del norte, eventualmente obligarían a los estados sureños a emancipar a los esclavos, sin necesidad de derramar tanta sangre. De hecho, en Cuba y Brasil, la emancipación llegó de ese modo.
En todo caso, la evidencia apunta a que la motivación fundamental de Lincoln, y de la mayor parte de quienes participaron en los ejércitos del Norte, fue el nacionalismo. En las primeras décadas después de la guerra, Lincoln no fue recordado tanto por haber emancipado a los esclavos, sino por haber ‘preservado la unión’ de la nación. Probablemente, aun si los Estados Confederados no hubieran sido esclavistas, Lincoln habría reprimido la secesión con brutalidad. Esto, por supuesto, no despoja de justificación su represión de la secesión, pero sí debería advertirnos de que la reverencia a Lincoln no es tanto un honor al abolicionismo, sino al nacionalismo. Y, este nacionalismo, el cual generalmente conduce a brutales guerras, va en detrimento del principio de autodeterminación de los pueblos.
Slobodan Milosevic ha sido quizás el nacionalista más sanguinario de las últimas décadas, y como Lincoln, quiso preservar la unidad de su nación a toda costa. A diferencia de los Estados Confederados, la opción por la secesión no era abrumadoramente popular entre los ciudadanos de Croacia y Bosnia. En esas regiones, había ciudadanos serbios que temían que un gobierno croata y bosnio los oprimiera. Así pues, Milosevic quiso preservar la unión de Yugoslavia del mismo modo en que Lincoln buscó preservar la unión de los EE.UU. Y, para ello, lo mismo que Lincoln, usó la fuerza, la cual condujo a atrocidades de todo tipo.
Hoy, suele invocarse que la diferencia crucial entre Lincoln y Milosevic es, que el primero buscó la libertad de los esclavos norteamericanos, mientras que el segundo buscó oprimir a las minorías étnicas de Yugoslavia. En ese sentido, las secesiones bosnia, eslovena y croata sí estuvieron justificadas, pero no así la secesión confederada.
Pero, la revisión histórica permite pensar que la motivación de peso en la acción militar de Lincoln no fue el abolicionismo, sino el nacionalismo. Y, el nacionalismo no puede ser una justificación moral para tantas atrocidades, especialmente si ese nacionalismo impide el ejercicio del derecho de auto-determinación de un pueblo. Lamentablemente, la historiografía ha querido hacer una distinción arbitraria, entre el buen nacionalismo de Lincoln, y el mal nacionalismo de Milosevic. En realidad, ambos fueron igualmente perniciosos. La obsesión caprichosa con preservar la unidad política de un territorio condujo a cientos de miles de muertos en ambos casos. El culto a la nación lleva a los hombres a hacer cosas terribles.

1 comentario:

  1. Es cierto que Lincoln nunca fue un abolicionista convencido y que su deseo de iniciar una guerra civil respondió al deseo de conservar la unidad del Estado. Pero no creo que el deseo de conservar esa unidad deba ser calificado siempre de nacionalismo. Alguien puede no ser nacionalista y pensar que, en general, es bueno que se conserve la unidad de los Estados actualmente existentes. Existe, además, una diferencia fundamental entre Lincoln y Milosevic. El segundo inició una política genocida basada en prejuicios étnicos, raciales y nacionalistas. La acción de Lincoln, en cambio, consiguió algo esencialmente bueno como es acabar con la esclavitud, aunque ese no fuera su objetivo principal. Si tengo que elegir entre los dos me quedo con el Lincoln. Nadie puede dudar de que el culto a la nación a veces conduce a la barbarie, y Milosevic es uno de los más destacados bárbaros nacionalistas.

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