miércoles, 6 de julio de 2011

Respuesta a Víctor Luque





Ésta es una respuesta a una parodia que Víctor Luque hizo de uno de mis artículos previos. Su parodia puede consultarse acá.

Víctor Luque ha tratado de parodiar mi argumento en contra de la promoción de la diversidad lingüística. Para ello, ha tomado mi texto “En contra de la babelización” y ha sustituido algunas palabras clave. Al final, su parodia desemboca en un escandaloso manifiesto racista. Como él mismo advierte, su intención es demostrar que, así como sentimos escándalo por las limpiezas étnicas, debemos sentir escándalo por la promoción de las lenguas mayoritarias por encima de las minoritarias.

Pero, me temo que Luque no ha logrado su acometido. Luque pretende demostrar que la estructura de su parodia es la misma que la estructura de mi argumento. A nivel sintáctico, es efectivamente casi la misma estructura. Pero, como se sabe, además de la sintaxis, la semántica puede cambiar radicalmente el sentido de un enunciado. “El rey de España es Juan Carlos” y “El rey de España es Franco” tienen la misma sintaxis, pero al cambiar una palabra clave, su sentido es radicalmente distinto, y sería injusto sostener que quien enuncia la primera frase es tan idiota como quien pronuncia la segunda. Así pues, no podemos alegar que, al conservar la estructura y sólo cambiar unas palabras claves, la parodia ha sido efectiva.

El error de Luque consiste en confundir un atributo biológicamente heredado con un atributo culturalmente adquirido. Los atributos raciales (si acaso tal cosa existe, pues vale decir que, contrario al parecer de Luque, es muy cuestionable que las ‘razas’ realmente existan) no pueden ser culturalmente modificados. En cambio, los atributos culturalmente heredados, mediante la educación y la asimilación, puede moldearse pacíficamente, sin necesidad de genocidios.

Un niño negro jamás podrá convertirse en un niño blanco. Y, por ende, quienes han buscado la homogenización racial del mundo, estiman que la única manera de alcanzar una raza común es mediante el genocidio y la eugenesia: puesto que los negros no pueden convertirse en blancos, es menester acabar físicamente con ellos. En cambio, un niño de lengua inuit puede perfectamente convertirse en un niño de lengua inglesa mediante la educación. Y, seguramente, el mismo niño inuit se verá beneficiado por ello, pues aprenderá una lengua que le servirá para potenciar sus talentos.

Los seres humanos tenemos la capacidad de ser flexibles en nuestros rasgos culturales. Cuando se propuso una moneda común en Europa, nadie propuso aniquilar a los usuarios de la peseta mediante genocidios, o aplicarles la eugenesia para que no transmitieran sus genes peseteros. Antes bien, se exhortó a esos usuarios a transformar un medio de intercambio por otro.

Si bien existe una gramática universal entre las lenguas, probablemente inscrita en nuestro código genético (tal como ha sugerido Noam Chomsky), nuestros genes no codifican hablar una u otra lengua. Un niño de padres biológicos japoneses perfectamente puede aprender a hablar el wayuunaiki. Por ello, la lengua común puede promoverse mediante la educación. A lo sumo, sería necesaria una ‘eumemesia’ (disculpad mi neologismo): se haría selección artificial de algunos ‘memes’ (a saber, rasgos culturales, tal como los ha definido Richard Dawkins), pero no genes (a saber, unidades discretas de la herencia biológica sobre los cuales no incide el ambiente). Pero, después de todo, esta selección artificial de memes es la base de todo sistema de educación.

Es un hecho revelador que, durante la Revolución Francesa, una de las personas que más combatió el racismo, y a favor de los derechos de los negros y la unidad biológica de la especie humana, fue el abad Henri Gregoire. Pero, este mismo revolucionario, impregnado de las ideas de la Ilustración, defendió a ultranza la unidad lingüística de Francia, no propiamente por motivos nacionalistas, sino porque, influido por el ideal universalista de la Ilustración, apreciaba la necesidad de integrar a la humanidad entera. No se propuso perseguir a quienes hablaran bretón u otras lenguas regionales (a pesar de que eso no impidió que los revolucionarios cometieran abusos en contra de quienes hablan estas lenguas), sólo se propuso que el Estado promoviera el uso del francés, y no estimulara el uso de las lenguas regionales.

Es curioso que, al final de su parodia, Luque me acuse de pseudoprogresista. Yo más bien creo que posturas como la suya, que defiende a toda costa la diversidad lingüística, son las realmente retrógradas. Fueron precisamente los opositores al progreso (a saber, los reaccionaros y contrailustrados) quienes objetaron las reformas propuestas por Gregoire. Los promotores de la diversidad lingüística en Francia deseaban un regreso al orden feudal, en el cual cada condado tuviese poco contacto con otro condado (a la usanza medieval) y cada condado conservase el espíritu de su pueblo (algo que posteriormente los románticos alemanes llamarían el Volkgeist).

Quizás Luque no alcance a verlo, pero posturas como las de él (y no posturas como las mías) son mucho más cercanas al racismo, los genocidios y la eugenesia. Hitler, Galton y el mismo James Watson partieron de la idea de que existen profundas diferencias biológicas entre los seres humanos. Para ellos, tienen más peso las diferencias que las semejanzas entre los seres humanos. Los racistas pseudocientíficos del siglo XIX estaban obsesionados con la diversidad en la especie humana, y eran muy reacios a la idea de admitir que un niño de otra cultura pudiera asimilar los valores universalistas de la Ilustración, pues estimaban que en ese niño habría un impedimento biológico para aprender inglés o leer a Shakespeare. Estos racistas no alcanzaban a ver que los seres humanos son lo suficientemente flexibles para asimilar una u otra cultura mediante la educación.

Hoy, esa obsesión persiste entre los promotores de la diversidad lingüística y cultural. En el discurso de muchos de estos promotores, un niño que vive en Cataluña debe ser educado en catalán, pues ésa es la esencia de su pueblo e identidad. Ser educado en castellano es ir en contra de su esencia. Ese esencialismo ha sido típico de los racistas. Y, por supuesto, en vez de enaltecer la unidad de la especie humana, exaltan la diversidad.

Por último, creo que las parodias no son procedimientos suficientemente rigurosos como para refutar argumentos. Gaunilo de Marmoutiers parodió el argumento ontológico de Anselmo de Canterbury, pero eso no fue suficiente para que este argumento perdiera fuerza. Fue necesaria una refutación contundente y analítica por parte de Kant, para que el argumento ontológico no fuese tomado más en serio. Exhorto a Luque y a todos quienes defienden la diversidad lingüística, a hacer lo mismo: en vez de parodiar inadecuadamente un alegato, tendría muchísima más fuerza argumentativa si se detienen a refutar detalladamente cada uno de los alegatos con los que no están de acuerdo.

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