domingo, 12 de septiembre de 2010

¿ES FALSEABLE LA TEORÍA MIMÉTICA?: GIRARD, POPPER, Y LA MUERTE DE SIMÓN BOLÍVAR. (Conferencia pronunciada en un simposio sobre Girard en Bogotá)




Asumo que en este simposio, todos estamos familiarizados con la teoría mimética y la obra de René Girard, pero vale recapitularla brevemente. Los seres humanos somos la especie con mayores aptitudes miméticas. Imitamos a nuestros semejantes, y eso constituye la base del aprendizaje; de ahí que tengamos la mayor inteligencia entre todos los organismos. Pero, la imitación también tiene desventajas: en la medida en que imitamos a los demás, imitamos sus deseos, y al imitar sus deseos, terminamos deseando las mismas cosas que ellos. Pero, al desear las mismas cosas, pronto surgen los conflictos y las rivalidades.
Estos conflictos y rivalidades pueden crecer en la medida en que nos imitamos mutuamente. Éste es el origen de muchas formas de violencia. Pero, las comunidades tienen un mecanismo para solventar sus violencias internas: justo en el momento en que las rivalidades se desbordan y amenazan con hacer colapsar a la comunidad, ésta ejecuta lo que ha venido a llamarse un ‘mecanismo del chivo expiatorio’: seleccionan a una víctima que recibe toda la violencia de la comunidad. Esto sirve como un mecanismo de transferencia, en el cual la violencia de todos contra todos es sustituida por la violencia de todos contra uno. A expensas de la muerte de la víctima que funge como chivo expiatorio, los victimarios se reconcilian entre sí. Girard cuidadosamente advierte que, para que este mecanismo funcione bien, debe ser inconsciente. La víctima no debe aparecer como un chivo expiatorio a la comunidad, sino como un monstruo trasgresor de normas, el cual justamente merece ser ejecutado.
En función de esto, Girard ha forjado una interesante teoría respecto a los mitos, en especial los mitos fundacionales: éstos no son más que crónicas distorsionadas de sucesos violentos que marcan el origen de una comunidad. Y, son distorsionadas en dos sentidos: por una parte, distorsionan a la víctima, haciendo de ella un personaje desagradable, impuro y trasgresor de normas, lo suficientemente culpable como para merecer la violencia colectiva. Por otra parte, los mitos distorsionan los hechos en sí, gradualmente escondiendo o disimulando la cruda violencia que narran las versiones más antiguas.
Así, especialmente en El chivo expiatorio, Girard hace análisis muy elaborados de mitos de diversa procedencia. En casi todos los mitos analizados, Girard encuentra el mismo patrón: en las versiones más antiguas del mito, la violencia que recibe el chivo expiatorio se narra de forma muy cruda. Pero, en las versiones más tardías de esos mitos, la violencia aparece en formas más sublimes.
Girard explica estos giros hacia la sublimidad de la violencia en los mitos de la siguiente manera: puesto que la muerte de la víctima trajo consigo un gran beneficio (a saber, la paz social), la comunidad aprecia en ese evento un hecho positivo. Por ello, la comunidad no desea narrar los eventos con la brutalidad original (como probablemente ocurrieron), sino más bien de una forma que el recuerdo del evento sea mucho más grato. Por ejemplo, en un mito del pueblo Tikopia, se narra que el personaje Tikarau es perseguido por los miembros de la colectividad hasta un barranco, y Tikarau se ve obligado a saltar. Pero, Tikarau no muere; antes bien, vuela a otras regiones, y no regresa nunca más. Girard estima que este mito es un claro reflejo de una ejecución en un precipicio. Pero, puesto que la muerte de Tikarau fue beneficiosa para la comunidad, ésta posteriormente evade la narración de la violencia, y la disimula con un añadido sobre la capacidad de Tikarau para volar.
Algunos mitos, reconoce Girard, a simple vista no tienen ningún rastro de violencia. Pero, Girard insiste en que, si un mito no parece narrar violencia, entonces esto se debe al hecho de que la comunidad que narra el mito ha procurado borrar los rastros de violencia. Y así, Girard interpreta como violentos algunos mitos que, llanamente, no parecen tener nada de violentos. Por ejemplo, un mito de los venda, un pueblo sudafricano, narra que una de las esposas de la serpiente Pitón, desapareció por acción de la música, y se quedó en el fondo del río. Girard interpreta esto como una muerte violenta, probablemente algún ahogamiento de la desafortunada mujer.
Girard también estima que la culpabilidad de la víctima es disimulada en las versiones posteriores del mito. En un principio, la colectividad siente repudio por la víctima, lo suficiente como para motivar su ejecución. Pero, al apreciar que la muerte de la víctima trajo consigo una paz social, la comunidad aprecia en la víctima poderes maravillosos, y se dispone a eliminar gradualmente algún rasgo de culpabilidad. Girard estima que los dioses no son más que víctimas exaltadas y protegidas por lo sagrado después de su ejecución. Y, de nuevo, estima que en mitos en los cuales, aparentemente, no aparece ningún rastro de culpabilidad de la víctima, ha habido un proceso de disimulo. Entre más elaborado es el mito con el paso del tiempo, entonces, menos violencia ejecuta la colectividad, y menos culpable parece la víctima. Llevado a su extremo, tanto la violencia como la culpabilidad de la víctima desaparecen, pero Girard insiste en que en la versión original de estos mitos, la violencia y la culpabilidad sí aparecen con mucha más prominencia.

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Esta teoría parece muy plausible, y tiene un inmenso poder explicativo. Pero, ¿puede considerarse científica, a la manera en que Girard lo pretende? Parece que sí. Desde los avances del Círculo de Viena, los positivistas lógicos abrieron la puerta al ‘verificacionismo’ como el criterio de demarcación para distinguir entre una teoría científica de una teoría pseudocientífica, o sencillamente, no científica. Así pues, para que podamos tomar seriamente un alegato, debe haber alguna forma de verificación de ese alegato. Si, por ejemplo, alegamos que James Alison fue ordenado sacerdote en la ciudad de Rio de Janeiro, tenemos a nuestra disposición una manera de verificar este alegato: basta ir al registro diocesano para verificar si, en efecto, James se ordenó como sacerdote en Río de Janeiro. O, si no, podemos buscar algún otro medio de verificación: podemos consultar con sus superiores, podemos preguntarle a él mismo, etc.
Pero, ¿qué ocurriría si alegamos que acá en Bogotá hay un doble de James Alison, que no puede ser visto, ni escuchado, ni tocado, y ni siquiera olido? ¿Podemos tomar ese alegato en serio? Es obvio que no. Pues, no hay manera de saber si, en efecto, ese doble de James existe o no. En otras palabras, no hay posibilidad de verificar ese alegato, y como tal, no puede ser admitido. Las teorías científicas, estima la mayor parte de los filósofos, deben reposar sobre alegatos verificables.
La teoría de Girard sobre los mitos es claramente verificable. Si, como sostiene Girard, los mitos son reflejo de la violencia fundacional de las comunidades, entonces este alegato debe verificarse. Y, no es muy difícil verificarlo: abundan mitos en los que, frente a una crisis, una comunidad canaliza su violencia hacia un chivo expiatorio, y después de su muerte regresa la violencia. Particularmente yo he dedicado estudios al mito de María Lionza (una diosa venezolana), y en ese caso en particular, el análisis de Girard se ajusta nítidamente a la evidencia. En plena conquista española, María Lionza era una niña indígena que fue arrojada al río por su tribu, pero inmediatamente salió de las aguas y trajo mucha prosperidad, hasta el día de hoy, pues hace muchos milagros en la montaña de Sorte.
Pero, ¿qué ocurre cuando algunos mitos no parecen ajustarse a la teoría de Girard, en especial aquellos mitos en los que no hay rastros de violencia, ni de víctimas, ni de crisis? Mitólogos como Mircea Eliade y Joseph Campbell, han recopilado mitos de muy diversa índole, muchos de los cuales no tienen el menor indicio de reflejar violencia. Si entiendo a Girard correctamente, éste estimaría que aun si no hay evidencia de que estos mitos tengan un origen violento, sí lo tuvieron, pues la ausencia de violencia se debe a que las mismas comunidades se encargaron de eliminar los rastros de violencia.
A simple vista, la explicación de Girard parece plausible, y de nuevo, es fácilmente verificable. Pensemos en un mito, cualquiera que sea, y apreciaremos que ese mito verifica la teoría de Girard. Si el mito representa violencia, entonces se verifica el alegato según el cual la violencia yace en el origen de los mitos. Si el mito no representa violencia, entonces se verifica el alegato según el cual la comunidad borra los rastros de violencia en el mito. Sea de una u otra manera, la teoría de Girard siempre será verificada. Y, en función de eso, la teoría de Girard no es sólo verificable, sino que también parece irrefutable.
Por bastante tiempo, eso me pareció una gran ventaja en la obra de Girard: todos los casos de mitos que yo estudiaba terminaban por verificar su teoría, y la verificación, según los positivistas del Círculo de Viena, es el criterio de demarcación en la ciencia. Pero, pronto comprendí que la aparente irrefutabilidad de la teoría de Girard no sería una virtud, sino un vicio.
Al leer al filósofo Karl Popper, vine a comprender por qué la imposibilidad de refutación sería un vicio. Al contemplar teorías como el marxismo o el psicoanálisis, Popper escribía lo siguiente:

“Estas teorías parecían poder explicar prácticamente todo lo que sucedía dentro de los campos a los que se referían. El estudio de cualquiera de ellas parecía tener el efecto de una conversión o revelación intelectuales, que abría los ojos a una nueva verdad oculta para los no iniciados. Una vez abiertos los ojos de este modo, se veían ejemplos confirmatorios en todas partes: el mundo estaba lleno de verificaciones de la teoría. Todo lo que ocurría la confirmaba. Así, su verdad parecía manifiesta y los incrédulos eran, sin duda, personas que no querían ver la verdad manifiesta, que se negaban a verla, ya porque estaba contra sus intereses de clase, ya a causa de sus represiones aún "no analizadas" y que exigían a gritos un tratamiento. Me pareció que el elemento más característico de esa situación era la incesante corriente de confirmaciones y observaciones que ‘verificaban’ las teorías en cuestión; y este aspecto era constantemente destacado por sus adherentes” .

Por ejemplo, la teoría freudiana sobre los sueños postula que todos los sueños tienen un componente sexual, sea explícito o reprimido. Si algún paciente narra que soñó con un pene o una vagina, la teoría freudiana se confirma. Si otro paciente narra que soñó con una espada o un agujero en la pared, también se confirma la teoría de Freud, pues ésos son símbolos evocadores de la sexualidad. Y, si un paciente narra que soñó con algún elemento que no parece remotamente sexual, como por ejemplo, un instrumento de música, o un aparato electrónico, entonces también se verifica la teoría de Freud, pues esas imágenes asexuales serán reflejo de su represión sexual.
Popper sospechaba de estas teorías porque son siempre fáciles de verificar. Pero, estas mismas teorías hacen imposible que se presente un contraejemplo que las refute. Y, sin la posibilidad de un contraejemplo, estas teorías realmente no aportan nada. Con teorías como éstas, no tiene sentido la experimentación propia del método científico, pues suceda lo que suceda, sea cual sea el resultado de la experimentación, siempre será verificada. Por eso, Popper terminó por oponerse a la filosofía del Círculo de Viena, y postular que el criterio de demarcación en la ciencia no es propiamente la verificación, sino la falsibilidad: una teoría será científica si y sólo si, ofrece la posibilidad de ser refutada, pero no se encuentra aún una instancia que la refute. Y, en función de ello, la experimentación del científico no debe buscar verificar teorías, sino más bien refutarlas. Si ni siquiera hay manera posible de refutarla, entonces no puede considerarse propiamente científica.
Popper advirtió que el hecho de que una teoría no sea científica no implica que sea falsa, y que por ende, no tenga ningún valor; Popper sólo advirtió que no debemos confiar demasiado en teorías no falseables, aun si fueren verdaderas. Popper conservaba cierto respeto por el psicoanálisis precisamente por esto: apreciaba en esta teoría un gran poder explicativo, pero desconfiaba de su imposibilidad de ser refutada.
Y, lo que Popper sentía por el psicoanálisis, yo lo siento por la teoría mimética de Girard, en especial su teoría respecto a los mitos. Lo mismo que con la explicación freudiana de los sueños, la explicación girardiana de los mitos no permite un contraejemplo. Así como Freud interpretaría un sueño no sexual en función de la represión sexual, Girard parece interpretar los mitos no violentos en función del disimulo de la violencia por parte de las comunidades.
Al final, esta manera de proceder me recuerda un poco a los sistemas judiciales opresivos, o a los intentos por justificar la guerra en Irak. Girard estima que, aun si no hay evidencia de violencia en los mitos, esta violencia estuvo originalmente ahí, pues la misma comunidad que compuso el mito se ha encargado de eliminar los rastros de violencia. Desafortunadamente, algo similar alegó George W. Bush: aun si nunca se encontraron las armas nucleares en Irak, sabemos que éstas estuvieron ahí, los mismos iraquíes las debieron haber destruido antes de la llegada de los marines. Tampoco creo que, en ausencia de evidencia, un juez sensato esté dispuesto a condenar a un hombre que se le acusa de haber cometido un asesinato, con base en el alegato de que el mismo acusado eliminó la evidencia.

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Deseo ilustrar este problema que enfrenta la teoría mimética con una aplicación práctica, muy propicia para esta ocasión. Estamos en Bogotá, la mayoría de Uds. son colombianos, y yo soy venezolano. Colombia y Venezuela son pueblos hermanos, y tanto los colombianos como los venezolanos conocemos bastante bien la vida y muerte de Simón Bolívar; después de todo, el Libertador nació en Caracas y murió en Santa Marta.
Hasta fechas muy recientes, la mayoría de nosotros hemos aceptado el relato convencional sobre la muerte de Bolívar: en 1830, la Gran Colombia, su gran proyecto político, se desmoronó. Los amigos más cercanos de Bolívar lo traicionaron, entre ellos, Páez y Santander. Su fiel Sucre había muerto en una emboscada. Había una gran crisis política, donde un gran número de caudillos se disputaban el poder de pequeños territorios. En términos girardianos, estos caudillos se imitaban mutuamente en su deseo de poder, y generaron una terrible crisis. Presumiblemente muy desanimado por un escenario tan deprimente, Bolívar no tuvo fuerzas para combatir la tuberculosis, y murió en la quinta de San Pedro Alejandrino el 17 de diciembre de 1830. Si bien lo acompañaban algunos amigos, en el momento de su muerte era despreciado por la mayoría de los habitantes de los territorios que él liberó del dominio español. Esto es lo que se enseña en colegios y universidades. Y, de hecho, este relato es cónsono con las crónicas de la época y el informe médico de su muerte.
Pero, las cosas han cambiado. Mi presidente Hugo Chávez (y, por favor, no me envidien por tener un presidente como ése, contengan su deseo mimético) ha introducido una nueva teoría: Bolívar no murió de tuberculosis, sino que fue asesinado en una conspiración, en una escena no muy diferente de la del Julio César de Shakespeare. En medio de la crisis por el colapso de la Gran Colombia, las oligarquías habrían tramado su muerte. Y, el médico que hizo el informe reportando los síntomas de tuberculosis, habría participado en la conspiración, para hacer creer que Bolívar tuvo una muerte natural.
Chávez ha dicho muchas cosas irracionales, pero ésta es una de las más extravagantes que he escuchado. Su teoría sobre la muerte de Bolívar pareciera revelar la paranoia que tiene de morir él mismo asesinado. Con todo, me parece que, si aceptamos la tesis de Girard respecto a los mitos, el alegato de Chávez no sería tan descabellado. Evaluemos la situación.
Justo antes de la muerte de Bolívar, había una gran crisis mimética. Los caudillos se imitaban mutuamente en su deseo de poder, y la joven nación que prometía ser fuerte, sucumbía frente a las rivalidades propiciadas por los caudillos locales. Si bien Bolívar contaba con el apoyo de algunos sectores de la población, los caudillos locales se habían asegurado de desprestigiar la imagen del Libertador, al punto de que pocas personas estaban dispuestas a seguirlo y defenderlo; fue precisamente ésa la razón por la cual murió empobrecido y solitario. Después de su muerte, momentáneamente cesaron las disputas, y las cinco naciones que conformaban la Gran Colombia lograron constituirse como territorios relativamente estables. De hecho, en términos girardianos, puede pensarse que la muerte de Bolívar es el evento originario de las cinco naciones bolivarianas.
Algunos años después de su muerte, cuando ya las antiguas naciones de la Gran Colombia estaban bien constituidas, surgió un culto a la personalidad de Bolívar. En esto, Venezuela está a la cabeza, pero en Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia, también hay manifestaciones del culto a Bolívar. En mi país, Bolívar está muy próximo a ser un dios, y en los otros países bolivarianos, Bolívar es un héroe muy por encima del resto de los mortales. Los invito a que visiten la casa de Bolívar acá mismo en Bogotá, para que aprecien el velo sagrado que hay en torno a su figura.
Frente a este escenario tenemos, pues, casi todos los temas típicamente girardianos: una crisis mimética se resuelve con la muerte de un hombre que, en un principio es repudiado por la comunidad. Pero, después de su muerte, este mismo hombre originalmente repudiado, es ahora enaltecido como un dios. Lo único que falta en este escenario es el asesinato. Con todo, no hay ningún rastro de evidencia que permita pensar que Bolívar fue asesinado.
Pero, si extendemos la teoría de Girard sobre los mitos, podríamos concluir que sí hubo un asesinato. Pues, aun si no hay rastros de violencia en la narrativa sobre la muerte de Bolívar, la comunidad, por medio de los conspiradores, se encargó de erradicar el asesinato en las crónicas. Por ejemplo, la sangre que pudo haber escupido Bolívar seguramente se debió a la acción de los cuchillos, pero el médico manipuló el informe para hacer creer que esa sangre era producto de la tuberculosis. Y, después de que se completó la conspiración, la muerte de Bolívar dio tan buenos resultados, que las sucesivas generaciones lo exaltaron como dios y terminaron por aceptar que su muerte no fue violenta.
Así, vuelve el problema de la falsibilidad, planteado por Popper. La hipótesis del asesinato de Bolívar parece verificable, pero no parece refutable. Si una crónica narra que Bolívar fue asesinado, entonces se verifica la hipótesis. Pero, si una crónica narra que Bolívar murió de tuberculosis, eso no refuta la hipótesis, pues se podría alegar que esa crónica es prueba de que hubo una conspiración que se encargó de alterar la narración de los sucesos originales.
Por supuesto, yo no creo que Bolívar murió asesinado. Creo, como la mayoría de los colombianos y los venezolanos, que murió de tuberculosis. Pero, he intentado hacer una reducción al absurdo, para demostrar que algo no está bien con la teoría de Girard: si en base a la teoría mimética podemos aceptar el alegato irracional de Chávez, entonces deberíamos reconsiderar la validez de la teoría mimética.
Uno de los más graves problemas que yo aprecio en la teoría mimética de Girard es que nuestro autor está tan convencido de que los mitos se originan en la violencia, que está dispuesto a ver hechos violentos donde no parecen estar, y cuando claramente no hay hechos violentos, insiste en que sí los hubo pero fueron eliminados. Me temo que Girard ha incurrido en el vicio de formular primero la hipótesis, y buscar los hechos después. Desafortunadamente, Girard parece estar bajo la influencia de lo que los científicos y filósofos anglófonos llaman un ‘confirmation bias’, un sesgo de confirmación. Su obra parece ser un inmenso esfuerzo por buscar ejemplos culturales que permiten pensar que la cultura reposa sobre un asesinato fundacional, pero no parece estar demasiado preocupado por la enorme cantidad de ejemplos culturales que, según parece, nada tienen que ver con un asesinato fundador.
Y, si bien Girard ha advertido muchas veces que él llegó a ser cristiano después de la formulación de su teoría mimética, me temo que quizás su afán de contrastar la Biblia con los mitos ha terminado por perjudicar su rigor científico. Pues, para Girard es muy fácil recurrir a malabares hermenéuticos para excusar la violencia en la Biblia, y a la vez recurrir a los mismos malabares para acusar a los mitos de estar fundados sobre la violencia, sin un buen indicio al respecto.
Esto nos llevaría una discusión más larga, pero sólo menciono que, por ejemplo, Girard es sumamente arbitrario al comparar las acusaciones de incesto en la Biblia, con las acusaciones de incesto en la mitología. En varios de sus escritos, Girard ha comparado el mito de José en el Génesis, con el mito de Edipo. Tanto José como Edipo son acusados de incesto, pero allí donde el Génesis nunca acepta esta acusación, las versiones del mito de Edipo sí aceptan esta acusación. Y, así, Girard llega al extremo de afirmar: “En el mito, la víctima siempre está equivocada, y sus perseguidores siempre están en lo cierto… Lo inverso es verdadero en la Biblia” . Se trata, me parece, de una afirmación sumamente temeraria. Pues, Girard deja de lado, por ejemplo que en el mismo Nuevo Testamento, aparece un texto en la cual se acusa a un hombre de ser incestuoso, y el mismo texto bíblico acepta la veracidad de esta acusación. De la misma manera en que la comunidad de Tebas acusaba a Edipo de ser incestuoso, Pablo acusaba a un miembro de la comunidad de Corintio de ser incestuoso (I Corintios 5: 1-3), e incluso, ¡exhorta a que vengan desgracias sobre él! (I Corintios 5: 5). Que yo sepa, Girard nunca ha atendido textos como éstos, y esa omisión es precisamente característica de los autores que ven sólo aquello que quieren ver, y dejan de lado aquello que no se ajusta a sus tesis.
Sería sano que nosotros, quienes hemos apreciado y estudiado a profundidad la obra de Girard, tengamos en consideración esta crítica. La teoría mimética tiene un gran poder explicativo, y la estimo con gran valor. Pero, en su estado actual, no puede pretender estatuto científico. La ciencia opera con base en leyes universales, susceptibles de ser verificadas y falseadas. La teoría mimética ciertamente puede explicar muchos mitos fundacionales, pero no todos. En la medida en que reconozcamos esto y establezcamos límites a nuestra teoría mimética, nosotros los girardianos habremos hecho una importante contribución al acercamiento a la Verdad. Así como la muerte de Bolívar no es explicable en función de la hipótesis del asesinato fundacional, quizás muchas de los eventos que Girard asume como ‘evidencia’ de un asesinato fundacional, tampoco lo sean.

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