domingo, 12 de septiembre de 2010

El legado de Tascón



Una de las características más comunes de los líderes carismáticos y populistas es su capacidad para rodearse de bufones y aduladores. En siglos pasados, los Papas tenían a su disposición personajes que los defendían tan enérgicamente, al punto de que eventualmente surgió la frase de que algunos fanáticos y aduladores eran más papistas que el Papa. Pues bien, en la Venezuela del siglo XXI ha ocurrido algo similar: ha habido aduladores más chavistas que Chávez.
Hay en la Asamblea diputados que están como un radar escuchando con mucha atención los discursos del Comandante, para inmediatamente proponer leyes que desarrollen alguna idea lanzada al aire por Chávez. En cierta ocasión, en un fin de semana, Chávez se indignaba de que la gente de Podemos hubiera saltado la talantera, y en cuestión de días, un diputado adulador propuso un proyecto de ley para castigar con cárcel a los candidatos que, después de resultar vencedores, se cambiasen de bando político.
Luis Tascón fue uno de esos aduladores. Sin duda, hizo un enorme daño a Venezuela. Pero, es urgente reconocer que Tascón no fue ningún monstruo. Si Tascón no producía esa infame lista negra, otro adulador lo habría hecho. Tascón fue victimario de los venezolanos, pero a su vez, él no fue más que una víctima del perverso sistema de jalabolismo que se ha impuesto en nuestro país. De hecho, en todo país donde la autoridad se impone, no por vía de la racionalidad, sino por vía del carisma y la apelación unívoca a las masas, el jalabolismo emerge. Chávez, por supuesto, es en sí mismo responsable del jalabolismo: su promoción del culto a la personalidad ha terminado por ser una máquina que manufactura a aduladores como Tascón.
Siento compasión por Tascón, no sólo por su muerte prematura, sino también por el alto grado de mediocridad y simpleza que tuvo durante su carrera política. Tenía un mediocre uso de la retórica, empleaba mal la gramática (recuerdo que en unas interpelaciones preguntaba: “diga Ud. cómo es cierto…”, supongo que quería decir: “diga Ud. Si es cierto…”), y más allá de su infame lista, no hizo ningún aporte significativo en la Asamblea.
Con todo, a la manera de Sancho Panza, había un aire de simpatía en su simpleza y mediocridad. Y, por eso, vino a convertirse en un personaje tragicómico. En realidad, fue más trágico que cómico. Fue víctima del jalabolismo venezolano, pero al menos rescató algo de dignidad al atreverse a denunciar la corrupción en personajes del PSUV. Nunca sabremos si sus motivaciones fueron sinceras: quizás lo dejaron por fuera en el reparto de algún guiso, y eso activó su envidia y resentimiento; quizás genuinamente quiso combatir la corrupción. El hecho es que, como en todo sistema de jalabolismo, el adulador es momentáneamente promovido, pero en cuanto ofrezca una sombra de duda, es inmediatamente aplastado y excluido por el sistema.
No creo ni en la reencarnación, ni en el cielo, ni en el infierno. Tascón se murió, y punto, dudo de que haya un Juicio Final esperándolo. Pero, en todo caso, si acaso ese Juicio Final existe, el juez divino seguramente tendrá compasión de él, y entenderá que Tascón fue apenas una víctima más de esta Venezuela descompuesta.

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